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Original: http://plazamoyua.com/2007/07/14/174/

2007-07-14 - publicado por: soil

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García de Cortázar sobre bilingüismo

Rescatamos una exposición de Fernando García de Cortázar en uno de los dos coloquios que FUNDES organizó en 1983, en Bilbao 7 y en Madrid el 21 de marzo.

Fernando García de Cortazar:

Una de las palabras que suele aparecer –lo estamos viendo en esta mesa redonda– cuando se hace referencia a la situación lingüística del País Vasco es la de bilingüismo. Pero es ésta una palabra equívoca que conviene definir. En efecto, el reconocimiento del dualismo lingüístico del País Vasco no debe llevar a afirmar que el castellano y el euskera se hablan por igual, lo cual sería una falsedad. Todos los vascos pueden expresarse en castellano y sólo una minoría de ellos –una escasa quinta parte– hablan con soltura en euskera. Así pues, y sin entrar ahora en la diversidad de dialectos del euskera, podemos afirmar que sólo una pequeña parte de los vascos es en realidad bilingüe.

Nadie discute que el vascuence sea efectivamente la lengua propia del País Vasco, tal como lo reconoce el artículo sexto del Estatuto de Autonomía de dicha Comunidad. Es el idioma propio de los vascos, que, a pesar del descuido de éstos y de los malos tratos inferidos por algunos de los gobiernos españoles del último siglo, se halla prodigiosamente vivo. Pero esta afirmación de la singularidad lingüística de los vascos no debería hacer olvidar que el castellano es también privativo de los vascos, aunque compartido con otras comunidades. El castellano es tan propio de los vascos que no es exagerado decir que fueron éstos sus creadores al alimón con los hombres de Castilla, Navarra y Aragón. En tierras alavesas, el castellano se habló antes que en el sur de Burgos y antes que en el reino de León y que en toda la Castilla comprendida entre el Duero y el Tajo. Siglos antes de la incorporación de Navarra a la corona de Castilla, los navarros tenían el castellano como lengua propia y sólo en ella se expresaban por escrito. Ahora bien, este incontestable carácter vasco de la lengua castellana apenas si se saca a relucir hoy en un País Vasco crispado por la violencia y por la manipulación sectaria de su pasado. De esta forma es moneda corriente por esos pagos la imagen de la lengua castellana como instrumento de una dominación política extranjera que arrinconó al euskera e implantó su idioma. Nada más falso: el castellano no lo impuso en tierras vascas ningún poder forastero, sino que se habló en ellas como algo propio desde el primer momento de su aparición, conviviendo en armonía con el euskera. Aunque los historiadores se hubieran vuelto locos, el castellano seguiría siendo lo que fue: espléndida creación vasca en unión con otros pueblos, alumbrada en los confines de Álava, Burgos y Vizcaya.

Mucho antes de la descomposición del sistema foral en el siglo xix y con anterioridad, pues, a la implantación de la enseñanza obligatoria en castellano, esta lengua se había convertido, sin imposición alguna, en la lengua usual de buena parte del País Vasco. Otro hecho viene a confirmar esta naturaleza del castellano como lengua propia de los vascos: hasta tiempos muy recientes sólo escribieron éstos en el idioma común de España. Si prescindimos de diversas inscripciones y de algunos términos vertidos en obras escritas en latín o en castellano, el nacimiento literario del vascuence habrá que ponerlo en el siglo xvi. Es claro que no pueden argumentarse razones de presión política para explicar este silencio literario del euskera. La simple idea de que un pueblo que conserva su idioma se pase escribiendo en una lengua extraña a él durante más de quinientos años es demasiado inverosímil. La aparición del euskera en la palestra literaria fue tardía porque los vascos prefirieron escribir en su otra lengua, en la que se expresaban con naturalidad y en la que hasta la invención del nacionalismo vasco por Sabino Arana nadie vio en ella contradicción alguna con la conciencia vasca. Pero ¿cuál es la situación actual del euskera? Hoy día es este idioma el factor que más significación nacional recibe. A ello ha contribuido el relativo éxito alcanzado en la política de unificación y de superación de la gran diversidad dialectal que el euskera presenta. Desde los primeros pasos de 1964 en el euskera batua hasta el presente ha aumentado el número de escritores que lo cultivan, de tal forma que es ese idioma unificado el que se ha convertido en la base del programa educativo de las escuelas vascas. Pero si en el franquismo el euskera tuvo un valor político como reivindicación democrática, ahora, pasados los tiempos de persecución lingüística, comienza a manifestarse con otra trascendencia política, como signo de división y en-frentamiento. Así pues, la batalla lingüística pone también sombras en el futuro del País Vasco: frente al deseo de unos de fomentar en libertad el euskera, el afán de otros de imponerlo a la fuerza. Después de los esfuerzos de los últimos años y a impulsos de un clima emocional dé exaltación de las singularidades vascas, el euskera ha conseguido detener su curva descendente de hablantes. Y ello no porque se hayan conseguido resultados espectaculares con los euskaldunberris (nuevos hablantes del euskera), sino sobre todo porque este idioma se ha visto prestigiado y porque quienes lo conocían se afanan en practicarlo, en exteriorizarlo, en dar testimonio de él en los círculos famñiares, políticos, sociales y en las relaciones laborales. Por otro lado, son pocos los que en el País Vasco se atreven a manifestar abiertamente que no quieren estudiar el euskera o que han llegado tarde para hacerse con un idioma nuevo. De parte de muchos existe, en cambio, un no pequeño interés testimonial en hacer presente el euskera, aunque sólo sea en la práctica de fórmulas de saludo, en la onomástica o en la simple declaración de que se está estudiando el idioma. En definitiva, podemos decir que en estos momentos existe una demanda social favorable al euskera que hay que relacionarla inevitablemente con la presencia del PNV en todas las instituciones del País Vasco. Cualquier observador desapasionado de la vida del País Vasco percibirá en seguida la buena dosis de coactividad social que, en relación con el fomento del euskera, comporta la práctica política de los nacionalistas vascos.

El problema lingüístico es muy grave en el País Vasco porque la lengua que debería ser elemento de comunicación y de enriquecimiento cultural lo es de separación y de discriminación. El problema es muy grave por el contenido patriótico-político que recibe el euskera, por la fuerte carga emocional que gira en torno a su fomento, por la ausencia de espacios de libertad que garanticen la eliminación de todo mecanismo de coacción lingüística. No es descubrir nada nuevo el afirmar que cuando los nacionalistas vascos reclaman el derecho a la soberanía nacional de Euskadi están pensando en una patria monolingüe con el euskera de idioma nacional. En este sentido, el bilingüismo sería una etapa transitoria que habría de desembocar en un monolingüismo, cuya realización permitiría una mayor diferenciación de los vascos respecto de las demás comunidades españolas.

Dejando a un lado los maximalismos de los políticos nacionalistas, nos debemos preguntar, ¿es posible que el País Vasco sea en su totalidad realmente bilingüe? ¿Es posible que toda la concentración humana de la ría de Bilbao con la Villa incluida, las Encartaciones, toda Álava, los principales núcleos urbanos e industriales de Guipúzcoa, sean en verdad bilingües? Teniendo en cuenta la realidad humana y social de esas zonas y sus factores ambientales resulta muy difícil pensar en un futuro bilingüe. Por ello creo que, fuera intereses políticos, la solución más adecuada sería partir de la realidad lingüística del País Vasco para determinar con exactitud qué zonas son efectivamente bilingües, es decir, aquellas en las que la mayoría de la población habla indistintamente las dos lenguas. Una vez determinadas esas zonas deberá programarse toda una actuación que defienda y desarrolle el euskera y que al mismo tiempo proteja y ampare a los ciudadanos que tan sólo hablan el castellano. De esta manera se podría llegar a alcanzar un objetivo no desdeñable cual es el de un bilingüismo de supervivencia en las zonas hoy euskaldunes. En la actualidad el plantear otras metas de bilingüismo es introducirse en un mundo de ficción o simplemente hacer política nacionalista.

Sin embargo, no parece que los poderes nacionalistas se satisfagan con este objetivo de supervivencia del euskera, pues todas las instituciones que ellos controlan disponen de comisiones que, con evidente impropiedad, se denominan de reeuskalduniíación. Para reeuskaldunizarse se necesita haber estado antes euskaldunizado, y ésta no es la situación de la mayoría de los habitantes del País Vasco. Somos muchos los que nunca hemos estado euskaldunizados, es decir, que jamás hemos hablado euskera, por lo que resulta imposible que, en cualquier plazo, seamos reuskaldunizados.

Movidos por una especie de coacción político-social muchos adultos se matriculan en los cursos de euskera que se les ofrecen, pero a los pocos meses abandonan tan arduo aprendizaje, encubriendo esta decisión con mil pretextos y manteniendo, muchas veces, su situación de matriculados, como si de un pequeño impuesto de orden cultural se tratase. En el caso de la euskaldunización de adultos un análisis de costos y beneficios arrojaría un balance altamente negativo que, pasada la euforia y el espejismo lingüístico, habrá de gravitar pesadamente sobre nuestra sociedad. ¡Cómo no exigir responsabilidades cuando de toda una ingente inversión en horas de trabajo y dinero sólo queden unas pocas fórmulas de saludo o esa especie de jerga o argot, miscelánea de castellano y modismos euskéricos, que ha sido bautizada con el nombre de euskañol!

Difícil tarea es la de despolitizar el idioma en el País Vasco, pero no por ello le es lícito al intelectual y al hombre de cultura hacer dejación de la alta responsabilidad contraída de afirmar la verdad del pasado y del presente vascos. Sabemos que la dualidad euskera-castellano que ahora amenaza con desgarrar dolorosamente a nuestro pueblo fue durante siglos asumida por la cultura vasca y que sólo a partir del nacimiento del nacionalismo sabiniano habría de ser planteada como una escisión de la conciencia vasca. Pues bien, completemos los slogans nacionalistas que insisten con exclusividad en que «el euskera es nuestra lengua» y añadamos que el castellano también lo es. Hagamos ver, asimismo, que el lema de «aprendamos euskera porque así construimos Euskadi» sólo puede ser en verdad operativo si la expresión en una u otra de las lenguas del País Vasco sirve para afirmar una sociedad más solidaria, más libre y más justa. Y ésta sólo se conseguirá echando por la borda las obsesivas preocupaciones en torno a la identidad vasca y acabando con toda manipulación política de la lengua. Al dolemos, ayer y hoy, de las imposiciones uniformistas que ha sufrido el euskera estamos sensibilizados para denunciar también el que la coactividad se cebe ahora en la otra lengua del País Vasco. Porque los atropellos cometidos contra el euskera en épocas pasadas no pueden ser razón de nuevos abusos de distinto signo. Así pues, la formulación y puesta en práctica de un mapa lingüístico, sin fanatismos ni espejismos, debería ser la base de una coexistencia de las dos lenguas en libertad. Como lengua minoritaria el euskera sí podrá reclamar una especial protección y ayuda, pero siempre garantizándose la libertad real del vasco frente a dicho idioma. Lo que nunca se debería hacer es forzar el proceso lingüístico del País Vasco, utilizando a la población infantil de conejillos de Indias de la política, o a los buscadores de empleo. Porque, efectivamente, la voluntariedad del euskera puede quedar en entredicho si se hace de él un elemento primordial en la contratación y promoción de empleados públicos al servicio de la administración autónoma. Una nueva meritocracia en base al euskera parece abrirse camino en el País Vasco, mientras la sociedad vasca, queremos pensar, empieza a darse cuenta de que es un precio muy alto el que se le pide si sus rectores o sus trabajadores se seleccionan no en función de sus talentos o habilidades para un trabajo específico, sino en función de la posesión de un idioma. La guerra lingüística que ya amenaza puede venir también por ahí.