La "identidad" ataca de nuevo
Recogemos esta entrada del blog de Carlos Martínez Gorriarán [–>]. Por lo interesante, y porque es una pena que luego no hay quien la encuentre en la web original a través de los buscadores.
José Luís Rodríguez Zapatero celebró en Bilbao el día de su rosa -no de la nuestra, que es con mayúscula-, y se centró en lo que le importa: asegurar las posibilidades de su franquicia vasca en las próximas elecciones autonómicas, quizás adelantadas al 25 de octubre (puesto que Ibarretxe se comprometió a ir a votar ese día, promesa que no debería echarse en saco roto viniendo de quien viene). ¿Qué posibilidades tiene el PSE de ganar al PNV, que es de lo que se trata? Quizás más que nunca antes, puesto que parte del voto habitual al PNV ha recibido complacido el “proceso de paz” de Zapatero, porque coincidía a grandes rasgos con las posiciones tradicionales del nacionalismo, es decir, reconocimiento de que hay un “conflicto vasco” que requiere de una negociación bilateral para resolverlo, y que sólo se “resolverá” con mucho más nacionalismo: reconocimiento del ente político “Euskalherria” añadiendo Navarra y el País Vasco-francés al invento, concesión solapada de la autodeterminación, irreversibilidad de las políticas nacionalistas de “normalización lingüística”, privilegios fiscales, etc.
Es evidente que la estrategia zapaterista de ganar al nacionalismo a base de hacerse casi indistinguible de aquél ha tenido éxito en las últimas elecciones generales en el País Vasco, pero también tiene sus riesgos pragmáticos: basta con reparar en el mal ejemplo de Montilla, advirtiendo al PSOE de que el PSC romperá con ellos si no se garantiza la intocabilidad del modeolo catalán de financiación autonómico y todo lo que cuelga. Pero a Zapatero esto no le preocupa, de momento. Ha comprobado que en el País Vasco puede quitarle votos al nacionalismo sin perderlos por el lado constitucionalista -de momento también, que todo se andará-, y está dispuesto a profundizar en la martingala, que podemos resumir así: aislar a Ibarretxe, con su Plan y su partido -de momento, que aquí todo es a plazo ultra-corto-, mediante el expediente de integrar algunos de sus contenidos en la política socialista. ¿Que Ibarretxe vuelve a la carga, ahora con los chanchullos de la Mesa de Loyola? Pues se le despacha diciendo que deben acordarlo antes con el PSE, que por debatir que no quede, pero con los de su nivel. Una especie de canibalismo identitario: por eso Patxi López soltó algunas frases en esforzado euskera de cursillo intensivo, y por eso sobre todo prometió Zapatero que si gana el PSE los vascos recuperaríamos toda la identidad perdida. Se ve que por el camino a la Casa del Pueblo se nos han caído algunos pedazos identitarios que ZP se dispone a devolvernos, con generosidad inefable.
Así pues, las políticas de identidad atacan de nuevo. No importa que sean políticas reaccionarias, profundamente reaccionarias. Si son útiles para ganar elecciones eso es lo único que importa, y el que venga luego que arree con los resultados, sean modelos de financiación autonómica insostenibles o sencillamente antiigualitarios, discriminación lingüística o disolución de los sistemas judicial, educativo y sanitario en 17 minisistemas, por citar algunos. Y entre tanto, ¿qué hace el PP? Pues todo indica que mientras el PSOE aspira a ganar elección tras elección mimetizándse con el nacionalismo, en el PP piensan que ganarán al PSOE si se mimetizan con éste a su vez. Sí, quedamos nosotros para hacer una política diferente, pero la diferencia está en que sólo tenemos una diputada, aunque con las ideas clarísimas y apoyada en una buena estrategia parlamentaria. En fin, hablar de una crisis definitiva del modelo de partidos de la transición no es ninguna exageración. El PSOE ya es una federación de partidos autónomos con intereses distintos, como está demostrando el debate sobre financiación autonómica, y el PP parece encaminado -ya lo habíamos dicho, dicho sea de paso- a algo parecido pero de poco auspiciosas connotaciones: una federación o confederación de derechas autónomas: la CEDA de Gil Robles.