A vueltas con de Juana.
Hemos llegado al famoseo hasta con los etarras. Nada mejor para distraerse de la propia vida que recrearse en la vida de los monstruitos del famoseo mediático. Nada mejor para distraernos de nuestra enfermedad política (el éxito de la violencia política), y de nuestra responsabilidad en ello, que poner todos los focos en el monstruo de Juana, como si fuera la única monstruosidad que nos afecta.
Venga, dale. Todos a mirar qué hace de Juana. Todos a mirar quien habla y quien trata con de Juana. Todos a señalar al demonio con el dedo. ¿Y?
¿Y qué pasa mientras todos miramos al monstruito? ¿Acaso se acababa el horror si de Juana volviera a la cárcel? ¿Acaso los alcaldes del PNV iban a dejar de felicitarse porque la Ertzaintza no proteja la libertad de tránsito de los adversarios políticos del PNV? ¿Acaso iba a desaparecer la violencia amparada por el poder como herramienta política? ¿Iba a dejar de llegar nuestro dinero, vía impuestos, a manos de los asesinos? ¿Es de Juana el culpable de que un presidente del gobierno de España se haya permitido decir que sí, que bueno, pero que despues de todo “de Juana está por el proceso”?
Dejémonos de vainas. De Juana no es la enfermedad. Ni siquiera es el síntoma. No es más que uno de los muchos, de los muchísimos, subproductos de la enfermedad. Intentemos aislar el apestoso subproducto, de acuerdo, pero que eso no nos impida fijarnos en lo que lo produce. Y en en quien está colaborando y quien está combatiendo con lo que lo produce.