Ajo
Debe ser navidad, porque desde las seis y media de la mañana se está extendiendo una nube de asquerosidad olfativa por todo el orbe. Es como la losa nacionalista que tenemos encima, que no hay forma de quitársela, pero en pituitaria. Para la española, y desde la reciente conquista del mundo por el ajo para muchas más, pensar en comida es pensar en qué le añaden a esa repugnancia llamada sofrito, para que no sea siempre tan lo mismo. Lo que no ha conseguido ningún Dios, ni ninguna religión, la comunión universal, lo va a conseguir este maldito bulbo de liliácea cuyo nombre parece provenir de la onomatopeya de asco. “¡Aj!”.
Puede estar usted en Trebisonda, en Singapur o en Tripperary, que da igual. El mismo altar y la misma ostia exhalan el mismo insoportable olor que hace comprender a los fieles la esencia de la humildad y la obediencia: de esta mierda comerás.
Feliz Navidad.