CO2, el pobre diablo.
Si quieres abusar de la gente y ponerla a trabajar para tí, sin pagarle el justiprecio del trabajo, casi seguro que necesitas un malo para la película. No hace falta ir señalando, todos conocemos mil ejemplos. Esta vez solo quiero fijarme en el malo inventado por la coalición ecológico - neomarxista de la algorería calentóloga global: El CO2.
Es un diablo especialmente interesante. Por lo improbable que podría parecer conseguir demonizarlo, y por la la muchísima utilidad que se le puede sacar una vez demonizado. Lo que ya nos muestra que no estamos ante una teoría conspiratoria. Nadie ha diseñado la locura calentóloga desde el inicio hasta donde ha llegado hoy. Sencillamente, no hay delirio capaz de producir tal historia de terror en un solo cerebro humano. Ni siquiera en muchos cerebros humanos de una sola vez. No, es algo que ha necesitado una evolución cultural, muchos pequeños añadidos para pasar de un meme inocuo …
... a un diablo con todos sus cuernos, y enemigo público nº 1 de la humanidad.
Imagina:
- el gas de la vida
- la comida de las plantas
- el subproducto de nuestra respiracón
Como animales solemos pensar que el gas de la vida es el oxígeno. Falso. La vida surgío en una atmósfera sin oxígeno; un aire compuesto de nitrógeno, vapor de agua y CO2. El oxígeno solo era lo que los primeros organismos (y las actuales plantas) cagan después de haber comido. Y mucho después, los animales aprendimos a aprovechar y a vivir de esa cagada. Habría vida sin oxígeno: vida vegetal. Pero no habría vida en la tierra sin CO2.
- ¿Pero, cuanto CO2, eh, amigo? ¡Ahí te he pillado! Es el exceso el que resulta malo.
Verás, depende. Desde que nació la vida, ha ido dismuniyendo, aunque a saltos, el CO2 del aire. En parte porque se lo comen las plantas, y una parte de lo que se comen acaba enterrado -y por ejemplo formando carbón o petróleo, y en parte porque acaba en la tierra en forma de bicarbonato. Los silicatos del suelo se meteorizan como consecuencia de su exposición al aire, quitándole CO2 al aire. Pero parece que hace 24 millones de años se paró ese lento proceso de pérdida, cuando ya quedaba muy poco.
Y según nos cuenta Antón Uriarte [–>], ha salido un reciente artículo titulado “El papel de las plantas terrestres en limitar el declive del CO2 atmosférico durante los últimos 24 millones de años”.
Nos explica Antón:
Los articulistas plantean la hipótesis que fue así debido a que había ya tan poco CO2 que los bosques se hicieron menos productivos. Ocurre que con tan poco CO2, con un límite de 200 ppm, los árboles tropicales ya no tienen suficiente para comer (fotosíntesis) y menguan en beneficio de hierbas y hierbajos con raíces poco profundas incapaces de meteorizar las rocas silicatadas. La "meteorización" de los silicatos es un proceso físico-químico por el cual la destrucción del roquedo provoca una pérdida de CO2 atmosférico. Este proceso se ralentizó cuando al bajar mucho el nivel del CO2, comenzaron a desaparecer los bosques tropicales.
Así que lo que nos están diciendo -disimuladamente, que a las claras nadie se atreve, es que vivimos en una época caracterizada por el hambre que pasan las plantas ante la escasez del CO2. Y que nunca volverá aquella explosión de megavegetación tropical, que los verdes y ecologetas dicen adorar, si el aire no recupera el CO2 que tuvo. Y sin embargo, han demonizado al pobre diablo.
Esta es la triste historia de hoy.