Ruby y el faisán se fueron a un bar
Hay veces que la realidad es tan obscena que resulta imposible hablar por directo. Vomitarías. Y te lías a hacer dibujitos de Rubalcaba con el faisán, camino del bar. O a pensar que sí, ¡joer!, nos merecemos un gobierno que nos mienta; pero … ¿no podría ser con un poco más de disimulo? ¿No habría forma de tener un gobierno que nos mienta todo lo que quiera, pero sin hacernos morir de la vergüenza? Porque de acuerdo, hay que reconocer que es un puntazo ganar unas elecciones con una campaña basada en una mentira, y bajo el lema de “merecemos un gobierno que no nos mienta”. Pero una vez con la victoria, podrían haberse relajado un poco. ¿Qué necesidad hay de convertirse en el ministro más mentiroso de toda la historia del país? ¿Donde te dan el premio? ¿Es que se duerme mejor con ese logro?
Pues sí, dormirán muy bien en ese caso. Han cumplido con su propio lema: las palabras han de estar al servicio de la política. Pero han olvidado el lema que no sabían. Que el mentiroso cazado, o consigue hacerse perdonar, o se va, o se convierte en un payaso. Y en eso están; en gobierno payaso poniendo parches de mentiras para tapar las cataratas de mentiras anteriores que desbordan. Puede que la estrategia sea el mareo; que perdamos la cuenta de las mentiras, y al final nos olvidemos. O puede que los payasos lo sean tanto como parecen, y no haya más estrategia que tirar para adelante … “como sea”.
Acabaremos como en la dictadura, pero no por la fuerza de la policía, sino por la fuerza de la vergüenza. Hablando en metáforas, retorcidas imágenes con referencias sutiles, y así. ¿Amigos de Garzón, el instructor más rápido al oeste del Missipi -según y cuando? Habrá que reinventar La Codorniz. O El Faisán.
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