La batasunización de la política
Post de Pato Carlo
--Desde que el pasado viernes Rosa Díez, como era previsible, fue agredida verbal y casi físicamente por jóvenes totalitarios de la cuatribarrada, la hoz y el martini, he tratado de seguir el tratamiento de la noticia a través de blogs y foros. Dejo de lado las valoraciones sentimentaloides, lacrimógenas y lastimeras del lado oscuro magenta. Es decir, de lo que antes fue un foro y hoy es una ciénaga de onanismo rosáceo. La costumbre tribal del monólogo grupal no merece mayor atención. Sin embargo, en el blog de Ángel Soria sí se ha abierto un debate interesante en torno a lo ocurrido: ¿recoge tempestades la que sembró vientos o no es más que un nuevo acto vandálico de los salvajes de siempre?
Recuerdo que meses antes de la campaña autonómica vasca ciegos, ilusos y algún zaguero discutimos sobre lo conveniente o no de realizar un acto en el campus de Lejona. Más allá de lo estéril del debate (los afiliados estábamos para conjugar doblemente el verbo pegar: nosotros los carteles y los batasunos a nosotros si enseñábamos la patita), quiero recordar las dos posturas enfrentadas. Los partidarios del sí, conscientes de la certeza de incidentes desagradables, opinaban que mejor, que así nos darían las portadas que siempre nos negaban. Por su parte, los reacios no veían claro eso de meterse en la boca del lobo. Por lo de los mordiscos más que nada. Perdimos unos valiosos minutos de nuestra vida discutiendo sobre aquello cuando en realidad podíamos haber organizado un seminario sobre la política cultural del gobierno de Aruba. Al fin y al cabo si Gorka Maneiro es capaz de provocar que los sillonarios vascos se pasen toda una mañana debatiendo sobre la conveniencia de reducir de cuatro a tres los cuarteles del escudo de la ikurriña, no sé por qué no va a tener mayor interés el análisis del fomento cultural en aquélla isla, donde quizá en breve haya que abrir plazas de toros para que los catalanes vuelvan a llenar una Monumental cuando toree José Tomás. Pero con todo y con eso algunos comprendemos ahora que en el partido de Rosa Díez ya sólo queden los partidarios de ir a por lana precisamente por lo que mediáticamente rinde salir trasquilados. Portadas, telediarios y tertulias, nada menos. Y así, siempre en la palestra. Porque si París bien valía una misa un editorial vale una galleta, un huevazo o un amago de infarto. ¿No simuló la viuda de Pedro Carrasco un suicidio? Pues de eso se trata, señores, de eso se trata. Del partido de los intelectuales a una partida de amantes del show business.
La decisión de ir a la Autónoma de Barcelona, nido de descerebrados, no es más que otra ocurrencia de quien carece de ideas. Esta vez, por lo que parece desprenderse leyendo los comentarios genuflexivos de los chicos del coro rosa, hay consenso: Robles bien merece un par de ostias. Su escaño, quiero decir. Pero, ¿merece la Díez el trato vejatorio que le dispensaron en Barcelona? Por supuesto que no. El ataque merece repulsa, condena y rechazo absoluto. No digo solidaridad porque tal gesto sólo puede mostrarse hacia quien sufre desgracia voluntaria y no hacia quien la padece buscando réditos electorales pero sí, repito, enérgica condena. Nadie merece el trato recibido por Rosa Díez y menos aún sus antiguos compañeros, insultados, vejados y vilipendiados por ella misma. Su sonrisa burlona y autosatisfactoria al abandonar la universidad denotaba la búsqueda del 3% en octubre pero, aun así, se encontraba cara a cara con los únicos batasunos que puede encontrar en Cataluña: ni Montilla ni sus ex compañeros, sólo los que el otro día le gritaron, insultaron y trataron de golpear.
La batasunización de la política española ha ido in crescendo desde que una parte importante de la izquierda española no aceptó que la derecha democrática podía gobernar, que estaba absolutamente legitimada para ello. Continuó cuando la otra parte de la izquierda, la mayoritaria y democrática, se apoyó en el pancartismo facilón para protestar hasta por el agujero de los donuts y prosiguió cuando hace unos años Pepiño y Acebes crispaban cada lunes a sus electorados hasta convertir en irrespirable el clima político. El hartazgo ante la situación creó un caldo de cultivo apropiado para que, soterradamente, cuajara el discurso de la moderación, el raciocinio y la crítica razonable. Faltaba quien portara la bandera. Apareció Rosa Díez como lo hizo Charlie Chaplin al recoger la enseña caída de la camioneta para convertirse en inesperado líder de la protesta. Nosotros, cuando éramos nosotros, no debíamos insultar ni despreciar al adversario: debíamos usar argumentos, refutar sus planteamientos e incluso, se decía, no tener ideas preconcebidas y acorazadas. Dogmas, en definitiva. Hoy, por fortuna desaparecida la primera persona del plural, ellos son otro partido que daña y desestabiliza la frágil democracia española. Que portan, además, la bandera que no les corresponde y con cuyo mástil golpean a quien disiente. Como hacen los demás. Cuando su creativo se burla de las hijas de Zapatero y sus trajes de noche hasta llevar la imagen a la portada de la web, cuando Gorriarán celebra su inagotable colección de enemigos a base de insultos de la peor especie o cuando la lideresa banaliza el mal llamando batasunos a quienes le piden formalmente explicaciones por un pufo económico de 300 millones de pesetas, no están sino aumentando la batasunización de la política española.
Merecen ser denunciados por haber faltado a la palabra dada y por estafar políticamente a una ciudadanía ávida de respuestas que se agarra al primer clavo que encuentra. Pero en ningún caso deben sentir mayor desprecio que la falta de aprecio y la permanente denuncia. La crispación, el engaño, la mentira y el insulto son las armas que nosotros en su momento rechazamos para hacer política. Son, hay que insistir, los motivos que nos impulsaron a sumarnos a un proyecto que creíamos sincero y común. Sólo ganaremos si tenemos claro cuál es nuestro horizonte, sin perder jamás el rumbo. Y recordando, teniendo siempre presente, que ni los enemigos de nuestros adversarios tienen que ser nuestros amigos ni sus métodos los nuestros.
Pato Carlo