La Cataluña de los señoritos y la chapuza endémica del país.
Luis Bouza-Brey (11-10-10)
Hoy he publicado un comentario a una noticia de A. Fernández en “El Confidencial” acerca de que Oriol Bohigas, “el arquitecto de Maragall”, también se apunta a la independencia. Os lo envío para que tengáis conocimiento del mismo.
Del diccionario de uso del español de María Moliner:
endémico, -a
1 adj. De [la] endemia.
2 Se aplica a cualquier *mal social que se ha hecho habitual y permanente en un sitio.
3 Biol. Se aplica a la especie animal o vegetal característica de una zona determinada.
El pueblo catalán tiene unas habilidades organizativas más desarrolladas que en otras partes de España. Es lo primero que llama la atención a los provinentes de otras zonas del país. Y esto quizá sea debido a su más antigua tradición industrial o, más previamente, a las dimensiones medias de las tierras agrícolas, que exigen una racionalidad y disciplina laboral de los individuos aislados en su relación con la tierra y el trabajo.
Estas habilidades diferenciales son las que les permitieron conducir el proceso de modernización durante la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del XX, y transformarse en tierra de vanguardia y recepción de inmigrantes procedentes de otras partes del país (y digo “otras partes del país” con toda intencionalidad, como desarrollaré a continuación).
Pero el mismo éxito de la modernización catalana de épocas anteriores es posiblemente el que creó el problema endémico que hoy sufre el país: el síndrome de la esquizofrenia paranoide de un sector de la población autóctona, que se desarrolla en delirios megalómanos, paranoia xenofóbica o cuentismo parasitario de los herederos de la tradición burguesa del XIX y asimilados.
Porque, si bien durante la mayor parte del siglo XX el “seny” de un pragmatismo contenido fue la actitud predominante, a partir de finales de los años ochenta el delirio se desbocó, y este sector de la población autóctona se desenfoca hacia una “rauxa” contenida que, a los que conocen por dentro el país, les suele parecer ridícula y peligrosa. Ridícula porque, por muchas mandangas que se desarrollen a consecuencia del delirio, Cataluña es una sociedad plural y heterogénea, en la que predominan sentimientos de pertenencia mixtos e integradores. Y peligrosa porque la megalomanía esquizoide y paranoica hace descarrilar el país hacia sentimientos de frustración y búsqueda de experimentos etnicistas y sediciosos, que lo que harían si tuvieran éxito sería destripar el país, dividiéndolo y haciéndolo inviable en un aislamiento delirante de su medio natural que es el conjunto de España. Porque la modernización de Cataluña es resultado de las habilidades organizativas de los catalanes autóctonos, pero también, y sobre todo, de la inmigración disciplinada y de los mercados del resto de España.
Pero las consecuencias del delirio ya se están viviendo hace años interiormente, pues, desde finales de los ochenta, se ha roto con el pragmatismo contenido de los señoritos empresariales y políticos fundadores de la dmocracia, y ello ha llevado a la explosión de la “rauxa” más o menos contenida de los “parvenús” del tripartito y “soberanistas” de CIU, cuyo delirio es el factor causal de la chapuza permanente en que ha degenerado Cataluña, con la estética antinatural y especulativa de sus urbanistas, la corrupción epidémica de sus poderes administrativos locales y centrales, la inepcia, desvergüenza manipuladora y caciquismo antidemocrático de sus políticos, y el parasitismo de sus élites culturales e intelectuales.
Por eso, la Cataluña de hoy es una sociedad decadente y desnortada, en la que su esfera política se debate en ensoñaciones absurdas y suicidas, y en la que la sociedad se desvertebra debido al desgobierno y el delirio esquizofrénico.
No obstante, hay otra Cataluña que está ahí, esperando, a que la Cataluña endogámica de los señoritos se pudra de una vez, y el país pueda recomponerse y enderezar el rumbo, saneando su espíritu de impurezas y desechando sus élites obsoletas.
Cataluña tiene dos caminos distintos abiertos ante sí: el de la chapuza endémica decadente de sus señoritos o el de la catarsis y el saneamiento para comenzar un nuevo ascenso. No está claro cuál de los dos caminos seguirá, ni cuándo. Es probable que aún falten unos cuantos años de pudrimiento antes de que pueda enderezar el rumbo.
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El artículo de El Confiudencial: