Estado de bienestar
Hilarión
Paseando por lo que fue la M-30 madrileña, me vinieron a la cabeza las discusiones, a ratos trifulcas, que desató el artículo de PM “Globalización y Crisis”, especialmente la tocante a los derechos sociales y el estado de bienestar.Recordé que preguntaba yo a nuestros queridos socialdemócratas qué eran “derechos sociales”, y la pregunta no era ociosa pues mucho me temo que en el imaginario colectivo “derecho social” es todo aquello que deseamos obtener y no podemos adquirir por nuestros propios medios: que lo provea el estado que para eso está. Y de este temor nace mi falta de creencia en tales derechos. Creo también que es moralmente saludable ayudar a los que se quedan atrás involuntariamente, ojo digo “involuntariamente”, pues la sabiduría popular no creó fábulas como la de la Cigarra y la Hormiga a humo de pajas, pero pienso que más que un derecho del perceptor, dicha ayuda es un deber moral, solo moral, del donante, e incluyo aquí cuestiones como sanidad, educación, catástrofes… y poco más. Como manifesté en la discusión, creo que lo que hay son derechos adquiridos al haber cotizado cuotas según las condiciones a que obliga el Estado, y por tanto huelga apellidarlos como sociales, o como cualquier otra cosa. Son derechos sin más.
A mí me parece que el origen de los llamados derechos sociales está en que en época de vacas gordas, disculpen que la alusión sea bíblica, el político halaga el oído de las masas con dadivas y promesas de todo tipo: sueldo a los jóvenes por serlo, ordenadores para todos, Internet gratuito, PER de por vida, libros de texto gratis, etc., etc., y automáticamente el personal asume que esa generosa (¿) dádiva (¿) es un derecho y además social, pues ¿qué hay más social que disfrutar todos de las cosas que disfrutan los que pueden adquirirlas, esto es: ¡los ricos!? De esta manera nos cae encima una catarata de derechos sociales y el mismo político nos informa de que dicha catarata se llama Estado de Bienestar, y que dichos derechos se quedan ahí, adquieren categoría de adquiridos y son por tanto inalienables. Y encima se reciben no ya sin esfuerzo sino gratis total, pues como me decía un vejete, más vejete que yo, durante la caminata a que me refería al principio, aquel paseo por el que caminábamos había quedado muy bien y no nos había costado nada ¡puesto que lo había pagado el Ayuntamiento! Lo que demuestra que la incomprendida pensadora Calvo tenía razón: el dinero público no es de nadie. Vox populi, vox Dei.
Sin embargo llega un momento en que aquellas gruesas vacas devienen escurridas de carnes, y entonces el político se encuentra con que la creencia en que el dinero público está ahí por generación espontánea, es totalmente falsa y que no pueden pagarse tantos derechos sociales, por lo que hay que prescindir de alguno. Y hétenos aquí clamando porque el gobierno nos “recorta derechos sociales”. Pero ¿eran derechos y eran sociales?
Llegados a este punto alguno se preguntará a qué viene tanta divagación. Pues viene sencillamente a que levanté la vista durante el paseo, y me encontré con una fachada decorada con lo que creo que es la alegoría perfecta del Estado del Bienestar y como no me resistía a mostrárosla, creí oportuno hacerlo con un poco de guarnición. Esta es la fachada:
No creo que requiera explicación, ¿verdad?