11-M, vergüenza sin fin.
¡Que aburrido! -dirá la mayoría-, ¿todavía con aquello? Pue sí, es inevitable. Salvo que aceptemos que las víctimas de la masacre no tienen dercho a entererse de por qué aun no sabemos el explosivo (el arma) que los hirió, o mató a sus familiares. Y el explosivo usado importa mucho.
En primer lugar porque el único condenado lo fue porque una tarjeta SIM que vendió él, apareció en una mochila aparentemente asociada a la masacre. Pero esa mochila tenía un explosivo muy concreto. Lo mismo pasa con los de la explosión de Leganés, que pudieron estar relacionados con el 11-M, o no, pero que en caso de estarlo lo estarían con un explosivo muy concreto. ¿Coincide con lo que estalló en los trenes? No lo sabemos. La misma sentencia dice que no lo sabemos. Y lo normal en estos casos es saberlo; ninguna policía del mundo es incapaz de decir con toda precisión lo que ha estallado en un atentado. Y mucho menos si se trata de 12 explosiones, y alguna de ellas controlada por los artificieros. Nunca ocurre que no sepan decir el explosivo. Pero en el 11-M sí ocurre.
La Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M quiere averiguar por qué no lo sabemos. Quién es el responsable de la pérdida de esa prueba. Lo hace en un juicio, y pregunta dos cosas muy sencillas:
- La identificación de los artificieros que recogieron los restos de explosivo en los vagones.
- La norma de actuación de la policía en estos casos.
El problema, por supuesto, va más allá de si condenan o no a Sánchez Manzano, el jefe de los artificieros. El problema es que hay buenos motivos para pensar que el explosivo real de las bombas es uno con el que no se aguantaría la historia que creemos oficialmente. Y que el muro de contención de ese horrible conocimiento es un tal ministro llamado Rubalcaba, apodado El Veraz.
La noticia de hoy de El Mundo, y un atajo:
El Mundo:
Y el atajo: