Imaginemos que ya no hubiera vascuence.
¿Es una hipótesis de historia-ficción planteable y verosímil, no? Si uno se imagina en 1.900, y se plantea lo que pasará con las lenguas en esta zona, se le hubiera ocurrido o que el vascuence desaparecía un un par de generaciones, o que languidecería, disminuyendo lentamente, recluido en un ámbito entre rústico y folclórico. Vamos, la situación que ya tenía entonces, pero más. Y no creo que nadie, ni el mismo Sabino Arana, hubiera imaginado que en el futuro iba a haber que añadir el componente de payasada política.
Tal vez se pueda aprender algo si tiramos del hilo de la primera posibilidad. Que el vascuence hubiera dejado de hablarse a todos los efectos prácticos entre 1.900 y 1.950. ¿En qué sería diferente el mundo? ¿Qué se perdería, o se ganaría?
Visto desde lejos, se hubiera dejado de hablar una lengua marginal entre las seis mil que se hablan. Una de tantas que se van dejando de hablar. Definamos marginal de forma que no se pique el vascopiteco: aquellas que apenas tienen usuarios que solo hablen esa lengua, por ejemplo el catalán. No parece un drama. Y muy especialmente en el caso del vascuence, probalemente una entre las lenguas más estudiadas por los lingüistas. No se “perdería” para los estudiosos. Siempre quedará enlatada, para cualquier Sabinchu que la quiera rescatar dentro de unos miles de años - si la plebe se deja.
Visto desde más cerca, no faltará el creapatrias que diga que seríamos “menos vascos”. ¿Pero cuál es el problema de ser “menos vasco”, o de no ser vasco en absoluto? Ya nadie es íbero en la desembocadura del Ebro. Ni celtíbero en su primera parte. Ni galo en el Loire, o junto al Po. ¿Alguien conoce a algún visigodo por ahí? Pues no noto a nadie que los añore, ni que tenga gran pena o pérdida por no ser íbero, galo o celtíbero. ¿Por qué vamos a pensar que nadie fuera a sufrir por ser menos vasco, o no serlo de ningún modo? Todo el mundo “es” algo, sin mayores problemas.
Imagina un político cenutrio que propusiera en Tarragona: si fuéramos todavía íberos, tendríamos un patrimonio cultural mucho mayor, y seríamos mucho más de la tierra, con más fet diferencial (como se diga en íbero), y hablaríamos nuestra lengua propia de verdad de la buena. Supongo que la carcajada se oiría en la Patagonia (donde tampoco quedan idiomas patagones).
Entonces, si no hay manera de defender que el abandono del vascuence hacia mediados del siglo pasado nos supusiera hoy el menor problema, por qué tenemos que hacer el formidable esfuerzo y pérdida de tiempo (más el porculo que dan) para “salvar el vascuence”?
- ¡Es que es "nuestra" lengua!
- Claro, y también es "mía" la verruga de la que me deshago cuando me molesta. Pero que algo sea "mío" o "nuestro" no quiere decir que sea necesariamente conveniente.
Siendo esta una visión aproximadamente racional del asunto, hay que aceptar que no todos las visiones tienen por que ser aproximadamente racionales. Por ejemplo, puede haber quien sienta (pero no diga) que lo que quiere es no ser español, y el asunto del vascuence viene muy a mano. Hay que reconocer que no ser lo que eres tiene mucho morbo. En las fiestas de por aquí (las rústicas y muy "vascas"), el disfraz más frecuente entre los hombres es de mujer. Pero a lo bestia, sin que se pueda confundir nadie, no vayamos a liarla. Tal vez lo de no querer ser español, que es algo tan típicamente español, sea un impulso parecido. Muy respetable, como todo impulso. Pero si para disfrazarse de mujer no se toman ningún trabajo ni esfuerzo especial, y les basta con una peluca mal puesta, un suti por fuera de la camisa, y unas faldas, ¿por qué para dejar de ser españoles vamos a necesitar embarcarnos en una ingeniería sociolinguística que nadie quiere practicar voluntariamente?Parece idiota. ¡Deje usted de ser español, buen hombre, pero sin jamarse el tarro con las lenguas! Los mejicanos no son españoles, y no tienen ninguna necesidad de hablar náhuatl para ello. O sea, que ni siquiera se perdería la posibilidad de no ser español por haber dejado de hablar el vascuence.
Entonces. ¿me puede alguien explicar de dónde viene la locura colectiva por la que todo el mundo afirma, sin asomo de duda, que hay que “salvar el vascuence”, “equilibrar” o “normalizar” las lenguas, o desarrollar una “política linguística”? O para el caso, “vivir en vascuence”, como si vivir “en” otro idioma fuera menos vivir. Si nos hablan de todos esos objetivos y cosas que hay que “conseguir” con el vascuence, por narices implica dos cosas: esfuerzo, y gasto. Esfuerzo que no se emplea en otra cosa, y dinero que tampoco. Pero si hemos visto que da exactamente igual que el vascuence se hable o no se hable de forma natural (como cualquier otra lengua), estamos hablando de la definición de un esfuerzo y un gasto para nada. Y eso está extraordinariamente cerca de la definición de imbecilidad. En este caso, colectiva.