¿Y por qué no vamos a protestar de lo que nos toca las narices, por ejemplo una lengua?
Yo no sé si es un contagio del buenismo progresí, o una jamada de tarro del opresivo ambiente nazionata. Pero es muy típico ver una especie de temor reverencial por la lengua vernácula de turno, en gente por otra parte nada sospechosa de connivencia con los trogloditas. Y la situación más vista es que mientras llegan con gran entusiasmo a defender y pedir que se pueda estudiar también en castellano, en seguida se desmarcan de quien pone en cuestión la necesidad de dominar el maldito vernáculo. Como si la propuesta fuera una herejía.
No sé, yo podría amar, por ejemplo, las castañuelas, sin que eso me lleve a pensar que tengo derecho a exigirle que las toquen a los hijos y nietos de Jon Juaristi. Pero al revés no es así. Lo explicaba el escritor en blog de Santiago González:
jon juaristi dijo:
Que el vascuence se extinga en breve me parece muy probable, pero no para echar cohetes y, sobre todo, me cabrea mucho que se considere tal extinción como algo fatal e inevitable. Se extinguirá, si no se ha extinguido ya, como desaparece todo lo vernáculo, en aras de la productividad, del desarrollo y del progreso, tres ídolos perfectamente criminales y gilipollas (es una metonimia: me refiero, claro está, a sus jaleadores).
¿Perdón? Pasemos de la extravagante idea de que la productividad, el desarrollo y el progreso sean nada menos que criminales y gilipollas. Tal vez Juaristi estaba mamado. Pero si el número de lenguas es una función directa del aislamiento, y lo es, entonces su extinción ocurre por comunicación (adquirir una nueva, más amplia) y por comodidad (abandonar la ya inútil). La naturaleza rara vez es redundante si la redundancia no produce una ventaja real. Por ejemplo, somos muy inteligentes comparados con otros animales, pero no tenemos dos cerebros. Salvo algún factor externo nada natural, la extinción del vascuence es, exactamante, inevitable. Incluso con el factor artificial, puesto que los artificios suelen ser relativamente efímeros, y la naturaleza, permanente.
Pero se ve que el gin&tonic no era de calidad:
jon juaristi dijo:
Y, por supuesto, al que le hubiera venido a incordiar con chorradas como para qué el p… vascuence en la escuela, o el p…croata o el p… quechua, le habría replicado con desprecio que para qué la p… escuela. Pero eso lo entendemos usted y yo, y no merece la pena dar la brasa con el asunto.Un abrazo.
El incordiador no había dicho tal cosa. Se había limitado a mencionar que con el vascuence dan mucho por saco, y que por ello resulta bastante razonable tirar cohetes ante la eventualidad de su extinción. Pero, argumentos etílicos aparte (pretender prescindir de una materia lectiva es lo mismo que pretender prescindir de la escuela), sí es interesante discutir la conveniencia de estudiar vascuence obligatoriamente. Nunca he sido muy amigo de las frases lapidarias. A menudo son muy parciales, por su brevedad obligatoria, y esconden más de lo que enseñan. Pero viene al caso una del general Patton, que no esconde nada: Cuando todos piensan igual, hay algunos que no están pensando. Y ese es el caso. Nunca hemos discutido las ventajas e inconvenientes del vascuence, dando por supuesto que hay que estudiarlo ... por ejemplo por cojones.Pues que le dé un par de vueltas a la idea el egregio intelectual. Dejando los cojones aparte, podría hacer dos listas en un folio. En un lado los argumentos a favor, y en otro los en contra. Y verá que los argumentos a favor que se sostienen son todos “esencialistas”. En la línea de como “eres” tal cosa, tienes que estudiar este idioma. Pero si el coñazo es lo suficientemente fuerte, ¿por qué vamos a tener ningún empeño en ser lo que dicen que somos? Si ser vasco resultara una lata (y ciertamente resulta), ¿hay algún motivo inteligente para no dejar de serlo? Sencillamente, si para “ser vasco” hay que aceptar el por saco del vascuence, que sea vasco Juaristi - si le peta.
Ideas al paso de una discusión un tanto irracional, que cuelga de una entrada en ca’n Santiago González: