La eusco-convivencia tiene ponencia.
Hay detalles entre la gran payasada que vamos dejando de lado. No se puede atender todo, con estos payasos tan productivos. Uno de los fenómenos que no hemos tratado apenas es uno que llaman Ponencia de Paz y Convivencia.
Ya se sabe que una de las ventajas de tener (también) una lengua marginal y ágrafa, una diglosia imaginaria por así decir, es que las palabras significan lo que se te ponga en la punta del nabo. Convivir, salvo en vascuence -a lo que parece-, no es más que vivir en el mismo sitio. La convivencia puede ser armoniosa o turbulenta, incluso gélida. Convivir incluye asesinar al que políticamente te estorba, si eres filo-etarra. Aunque en los “tiempos nuevos” ya no, sin que se sepa bien por qué. También incluye comprender esos asesinatos, o disimularlos, o pelillos a la mar, si uno es aficionado a las nueces y tiene la ingenua esperanza de se va a quedar con las que otros han hecho caer del árbol. Convivir, en definitiva, bien puede ser un perfecto asco. Todo depende de con quien.
Imagina convivir con quien sostiene que todos los asesinatos políticos son evitables, porque tienen un origen político, que depende de la sociedad, de las personas y de los políticos. Obvio; si la sociedad, las personas y los políticos atendieran los caprichos de los asesinos, estos no asesinarían. Y si la mujer que pasea sola por la calle, en vez de seguir los buenos consejos de la sharia, se pliega gustosa a los caprichos del violador, el asunto no sería una violación propiamente dicha. Pero vivir en el mismo sitio que Mintegi es convivir. Por definición. Aunque sea asqueroso, como ya hemos comentado.
Por su parte, los constructores de neo-naciones tienen a su vez muchas pegas contra los que no tienen la menor necesidad, ni afición, por el eusco-prodigio que quieren inventar. Se resisten, como es natural. Y ya sabemos que asesinarles es perfectamente evitable, dependiendo de cómo se comporten.
Se llama conflicto, como algún avispado ha podido adivinar. Ocurre en los matrimonios, en las cuadrillas, en las comunidades de vecinos, en el club de canicas del pueblo, y allá donde quiera que haya un grupo de antropomorfos superior a uno. Los niños tienen dificultades para digerirlo, y la educación consiste precisamente en ayudarles a hacerlo. En el peor de los casos en forzarles. A que sobrellevan los conflictos sin asesinar, ni golpear, ni acosar.
La convivencia puede ser un asco, pero también puede ser solo un incordio. Si se pretende que se base en un consenso de carácter moral, y que ese consenso incluya a quien opina que todo asesinato político es evitable (todo depende de lo que haga el grupo del asesinado), la convivencia solo puede ser un asco. Si el consenso consiste en que asesinar como herramienta política es inaceptable, hoy y ayer, puede ser un convivencia razonable. Hasta civilizada. Y si no hay un consenso moral, no pasa nada. Vives en el mismo pueblo que Mintegi (convivencia), sin que la discrepancia con ella te convierta en asesinable. Todo el incordio se limita a tener el menor trato posible con una moralidad esencialmente inmoral. También hay feos en el pueblo, y a nadie se le ocurre consensuar una cirugía estética.
En resumen, para los de la diglosia. La convivencia no es una cuestión de armonía. Eso es el amor, la amistad, y por ahí. Nada más lejos de nuestras posibilidades. Por otra parte, eso tampoco ocurre, salvo -imaginariamente- en sitios como Corea del Norte. No, la única y muy conocida forma de mejorar la convivencia es la buena educación. Lo demás es imponencia, con otro nombre.