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Más sobre la supuesta "financiación bastarda" de los escépticos de la alarma del clima

En la discusión del Calentamiento Global Acojonante hubo un cambio de la estrategia alarmista, poco después de 2009. Hasta entonces, el argumento principal a cualquier crítica era: publícalo en la literatura científica, con su “peer review” y todas sus garantías. El motivo era obvio. La cúspide burocrática de la especialidad dominaba completamente las revistas a través de sus puestos en los consejos editoriales. Y simplemente no dejaban pasar los estudios críticos con el paradigma alarmista del IPCC.

En 2009, con el “Climategate” en el que se filtraron miles de emails de la cúspide de científicos del IPCC, quedó perfectamente reflejada esta estrategia de cerrar las puertas a los escépticos. Un escándalo mayúsculo.

Curiosamente, en uno de esos emails (que ahorra no voy a buscar, pero podría), uno de los científicos avisaba del peligro de esa estrategia. Con una frase del tipo de (tiro de memoria): Si el argumento es que la crítica no está publicada en “peer review”, en cuanto consigan publicar sus estudios nos quedamos sin el argumento. Y tarde o temprano lo conseguirán. No recuerdo quién era, pero acertó de pleno. Eso es exactamente lo que pasó. El escándalo del “Climategate” hizo que se abrieran las puertas – al menos un poquito. Los escépticos lo siguen teniendo más difícil, pero ya no imposible.

Así que tuvieron que cambiar de plan. El argumento “peer review” dejó de existir. Y lo cambiaron por el argumento “financiación bastarda”. Todo crítico del IPCC que publicaba estaba financiado por la sucia industria del petróleo. El argumento es perfectamente falso. Pero puede funcionar si por “financiado” entiendes cualquier relación indirecta, en cualquier momento de tu vida, con cualquier empresa o institución a la que se pueda relacionar de cualquier forma con “Big Oil”. Por ejemplo, si Judith Curry tiene una empresa de predicción meteorológica, y alguno de sus clientes tiene plataformas de extracción de petróleo que necesitan predicción meteorológica, ya es “financiación bastarda”. Si otros clientes tienen intereses contrarios -por ejemplo molinos de viento- eso ya no cuenta.

Esta estrategia de los alarmistas sobre la “financiación bastarda” deja al sistema científico en una situación muy delicada. Y tiene guasa, porque se supone (eso dicen) que son los defensores de “la ciencia”. Una ciencia muy especial, porque según ellos depende de quién la financie. Depende de que los estudios sean producidos por científicos “de los buenos” o “de los malos”. O sea, literalmente han convertido “la ciencia” en un cuento de buenos y malos. Que no parece una visión muy científica – al menos en el sentido clásico de ciencia.

Esto es sin entrar en si tienen razón, o no. Podrían tenerla. Podría ser que los resultados científicos dependan muy principalmente de quién los financie. Por ejemplo, el profesor Verardo encontró -con sorpresa- que todos sus alumnos de fin de carreras científicas pensaban que los resultados científicos eran sospechosos en función de la financiación. Pero de cualquier financiación; ya fuera privada, industrial o gubernamental. Todos los alumnos a los que preguntó (unos 80). Lo cuenta Judith Curry en una nueva entrada sobre conflictos de interés. (Se recomienda leer también por otros motivos).

Es la lógica inevitable del argumento "financiación bastarda". Habría que ser bastante ingenuo (u otra cosa peor) para pensar que los gobiernos y las burocracias estatales no tienen intereses. O que son tan angelicales que pueden prescindir de ellos en su actuación.

El siguiente paso al que nos lleva el argumento “financiación bastarda” es a dilucidar si funciona absolutamente, o sólo en parte. Esto es, a saber si prescindimos de todos los resultados científicos porque su financiación (la que sea) los hace sospechosos, o si hay algunos que se libran de sospecha por algún motivo. Hay razones para pensar en la segunda opción. Por ejemplo, los aviones vuelan, y no se caen. La ciencia que hay detrás del vuelo de los aviones funciona, a pesar de la financiación. O sea, alguna ciencia sí funciona.

Y esto nos pone en una situación de la que los alarmistas del clima quieren huir como quien huye de la peste. La odiosa pregunta: ¿Cuál es tu esquema para distinguir si una parte concreta de una ciencia (por ejemplo, una hipótesis) está funcionando, o no? ¿Es el cuento de buenos y malos, o tienes algún esquema mas objetivo? Pista: los aviones no se caen es algo muy objetivo, y fácilmente medible.


  • csc 2015-10-13 11:14:28
    Como siempre lo lógico es tomar las conclusiones del estudio como erroneas e intentar verficarlas. Solamente la verificación constante hace que puedas dar algo como científicamente cierto. En los estudios científicos además de la "financiación bastarda" aparece siempre el efecto del "sesgo del observador", es decir que encuentras lo que te piden que encuentres los que te han encargado el estudio y lo que querías encontrar cuando te pusiste a buscar. Nadie se libra de la sospecha, por lo que cuando se lee un estudio se debe mirar quién lo financia para "filtrar" las conclusiones. Eso se hace aquí en cualquier país, tanto por entidades públicas como privadas. La gracia es que si tu estudio tiene datos comprobables la "competencia" puede intentar repetirlo y ver si realmente es cierto o no.
    • plazaeme 2015-10-13 11:40:12
      Ya, pero ahí tenemos un problema muy grande. La inmensa mayor parte de los estudios de los que luego oyes hablar en la prensa no han sido repetidos nunca. Básicamente, ninguno. Y es peor; la mayor parte no se podrían repetir, ni aunque se intentara. O no están publicados (disponibles) todos los datos, o las herramientas usadas no están explicadas como para repetirlas, etc. La "verificación" también tiene guasa. Especialmente guasa estadística. https://www.youtube.com/watch?v=rbf_TXqEY-Y Pero al final, si no quieres liarla, sólo tienes una herramienta. Predicciones, predicciones, predicciones. Y ver sus resultados. Añado. Aquí tienes otro ejemplo de mismo autor, de hoy mismo: On The Supposed Newly Discovered “Gay Genes.” Or, The Importance Of Model Skill