¿Y si sólo fuera el síntoma? (I). Joan Vals
De Joan Vals, en Debate 21
¿Y si sólo fuera el síntoma? (I)
La conversación se prolongó hasta bien entrada la noche. Sin gritos ni gestos acalorados, logró, por una vez, llevarnos a todos a algunas conclusiones. Más que amigos, conocidos, o conocidos en camino de convertirnos en amigos. No se habló de fútbol ni de otros temas recurrentes, sino de política. Varios de ellos se declararon, además, socialistas.
Conversamos sobre la deriva del Ejecutivo. La tarea nefasta de Gobierno parecía asumida incluso por aquellos que mostraban su apego por el puño y la rosa. Como reinaba el buen ambiente y un grupo de españoles era capaz, al fin, de escucharse sin demasiadas interrupciones, me atreví a plantear un tema espinoso: ¿Y si el PSOE es tan sólo el síntoma de una enfermedad que afecta al menos a la mitad de los españoles? Al principio, varios de los tertulianos se quedaron estupefactos, como si no dieran crédito a lo que escuchaban. Para no dar pie a una mala interpretación de mis palabras, me apresuré a desarrollar el argumento: ¿Y si el desgobierno en el que estamos sumidos no fuera más que la consecuencia lógica de un comportamiento social protagonizado, digamos, por la mitad de los votantes? El aparato de un partido, en una democracia occidental, no puede por sí solo embarcarnos en un suicidio colectivo como el que sufrimos desde el 11M. Para que ello sea posible, es preciso contar con una parte de la ciudadanía entregada al desastre. O, lo que es peor, tiene que existir incluso una demanda para ello. En ese caso, el PSOE estaría ofertando el producto que se le exige a cambio de la gestión del chiringuito.
Nada más terminar esta breve exposición de la idea, un conocido me indicó que lo que planteaba era algo parecido a lo de un De Fleur en los ochenta al respecto de la violencia en los medios de comunicación: ¿son los medios los que crean la violencia o simplemente expresan lo que la audiencia demanda? Con la consiguiente conclusión: no hay estudios definitivos que nos permitan asegurar una u otra opción. Ante eso, sólo pude contestarle que yo no trataba de crear una teoría. No obstante, me resultaba difícil asumir que personajes de la nanoestatura de Pepiño Blanco, José Luis Rodríguez, Miguel Ángel Moratinos, Suso del Toro o Pablo Sebastián puedan sumir a la España moderna legada por Aznar en el estercolero esperpéntico que es hoy día. Es más, tampoco existe una necesidad de hacerlo. Y el rencor de un personaje patético e incapaz no puede, jamás, ser la explicación para una tarea tan gigantesca de deconstrucción y división.
Un amigo me advirtió de la gravedad del asunto. Indicó que la génesis del desastre no puede buscarse sólo en quienes apoyan al socialismo español, sino también en quienes no lo combaten. Se refería, lógicamente, a los fallos de los gobiernos Aznar en la política mediática, así como en la inacción del desmantelamiento de las cloacas del Estado. La conversación entró en una fase de cierta tensión, aunque nadie perdió la compostura. En próximas entregas seguiré hablándoles de lo que allí se comentó.