Un poquito de normalidad, por Víctor Gago
Victor Gago, en Libertad Digital [->], hace una buenísima crónica de la presentación en Madrid de las candidaturas de UPyD:
LD (Víctor Gago) Alguien que sólo conozca una o dos españas, a lo mejor se preguntará: ¿de dónde sale toda esta gente? Un viejo teatro con encanto, lleno hasta los raíles de los focos para escuchar a unos políticos que se proclaman liberales y "españoles sin complejos", que leen versos de Quevedo, que invocan a Marañón y a Besteiro, que se quieren herederos de la "gente sencilla" que hizo la Guerra de la Independencia y la Constitución de Cádiz y que, por no tener, no tienen ni decorado, no quiere decir nada en sí mismo.
No significa necesariamente nada histórico ni nada del otro mundo, ni nada de nada, que una mañana de sábado de luz coralina –esa luz filosa y de menta tan pura, tan madrileña, tan llena de reconciliación– haya un teatro, el Alcázar de la calle Alcalá, en el que la gente tiene que sentarse en el suelo, y los que tuvieron la suerte de conseguir sitio en los palcos y en el gallinero se ponen de pie para no perderse detalle de lo que dicen unos tipos muy raros, la mayoría venidos de provincias, que se sientan en sillas de tijera como las que se ponen al público los domingos en las plazas para escuchar a la banda municipal, que dicen cosas extrañísimas como que "no queremos ser una sociedad normalizada, ni política ni lingüisticamente; queremos ser una sociedad normal".
(Foto: LD)
No hay por qué echar las campanas al vuelo sólo porque un montón de jóvenes de ojos como platos y orejas abiertas, como no se recuerda desde hace n años en ningún aula de nuestras funestas universidades públicas, haya pasado del botellón un viernes para poder apiñarse frescos para oír a Savater, a Rosa, a ese escritor delicioso que nos deslumbró con El héroe de las mansardas de Mansard, ese senador imprevisible llamado Álvaro Pombo, de cuya candidatura por UPyD informó Libertad Digital el pasado martes antes que nadie.
No saquemos conclusiones precipitadas, sólo porque hubiera ese ambiente eléctrico y promisorio que despiden las fotos en blanco y negro de las multitudinarias asambleas durante la Transición, aunque el tufo a humanidad de aquellas imágenes haya dejado paso al perfume de una España más próspera que se lava y que gasta ropa de marca; los exaltados de entonces, a una mesocracia tranquila que lee, que escucha, que piensa y está de vuelta; y los días laborables en huelga, al terso finde en el que se combinan cine con los críos, sushi, incursiones en la librería de la FNAC, en el rincón del Gourmet, bricolage, sexo seguro y una conciencia política irónica y relajante como los diálogos de una película de Chabrol.
Querer vivir en un país normal y expresarlo se ha convertido en el último acto de ambición histórica. Hay quien quiere vivir en un país donde la gente cumple su palabra y los funcionarios están a su hora en la oficina; un país en el que los profesores exigen lo mejor de los alumnos y los comercios abren sus puertas cada vez que hay quien quiere comprar en ellos; en el que la familia es inviolable, los jueces son independientes, los asesinos se pudren en la cárcel y el pan sabe a pan y no a pollo congelado. [Seguir ->]