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Original: http://plazamoyua.com/2008/11/17/leguina/

2008-11-17 - publicado por: soil

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Leguina

No voy a descubrir ahora a Leguina. Ni a derretirme por quien piensa bien, y no actúa en consecuencia. Pero en cualquier caso alguien tiene que poner en su sitio a estos cantamañanas que ejercen de gobierno, de jueces, y de intelectuales y artistas orgánicos. A la secta. Y cuando alguien lo hace con la excelencia con que lo ha hecho Joaquín Leguina en su blog, se quita uno el sombrero, y le da paso:

leguina

Todo ser humano –héroe o villano, decente o criminal- tiene derecho al duelo por parte de aquellos que lo amaron en vida. Y ese duelo –aunque a algunos tiranos se les suele olvidar- exige la presencia del cadáver con el fin de poder enterrar dignamente los restos del difunto.

No es sólo una costumbre respetada por todas las culturas, la del duelo es una necesidad antropológica imprescindible para que los deudos sobrevivientes puedan iniciar el proceso del olvido. La desaparición de los cuerpos, al impedir el duelo, acaba volviéndose contra los verdugos, al hacer imposible el olvido y, por lo tanto, también la reconciliación.

Y esa demanda, la del duelo, se transmite de padres a hijos. Así se constata en el caso de las fosas comunes dejadas en campos, cunetas y en rincones de los cementerios por la represión franquista. Han sido, en general, los nietos de los muertos quienes han reclamado –y reclaman- un entierro decente para sus abuelos. Éste era –a mi juicio- el principal impulso que llevaba dentro la Ley –mal llamada- de Memoria Histórica. El Estado proclamaba y se hacía cargo en ella de ese derecho. Pero ¿qué ha hecho el Gobierno -desde que se aprobó la ley- para cumplirla? Si hemos de atender a lo que dicen los parientes de los muertos, el Gobierno no ha hecho nada.

Quizá haya sido ese “no hacer nada” -o hacer poco- por parte del Ejecutivo lo que ha movido las voluntades de los deudos para que fueran a llamar a la puerta del Juez Campeador, el perejil de todas las salsas, quien, de inmediato, comenzó a mover este nuevo platillo chino. Un platillo más en una larga lista (¿cuántos procesos hay abiertos en ese juzgado de la Audiencia Nacional?). Platillos que –ora aquí, ora allá- se mueven a impulso de este juez prima donna (los que saben sostienen, sin embargo, que esas manos “instructoras” son más torpes que las del inspector Clouseau, el de la Pantera Rosa).

La iniciativa garzoniana ha sorprendido a la gente de la Judicatura pues, como recordó uno de ellos (el señor Gimeno, portavoz de Jueces para la Democracia) “no hay proceso sin imputables”, y en este caso todos los posibles imputados fueron amnistiados. Pero los leguleyos siempre encuentran razones y resquicios para intentar llevarse el gato al agua y a Garzón (verdadero capitán general entre ellos) las leyes ordinarias y la de Enjuiciamiento Criminal se la han traído siempre al fresco, pues aquila no capit muscas. Él trata directamente con normas de más calado: “Crímenes de lesa humanidad”, “Resoluciones de la ONU”, “Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos”… y de ahí para arriba. Normas que convierten en imprescriptibles los delitos que Garzón instruye y, por supuesto, convierten en agua de borrajas la Ley de Amnistía de 1977. Lo que Garzón sostiene en al teoría y –sobre todo- en la práctica es que la Justicia (su justicia) está por encima de la Ley. Un pensamiento –obvio es decirlo- con fuerte aroma totalitario.

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