Somos imbéciles; luego dudo que pueda asistir al acto del MD.
Hay situaciones límite, sea por dramáticas, por absurdas, o por simplemente tontas, que te hacen golpearte con la realidad y entender lo que no quisieras entender. Por ejemplo, en Bilbao, los parquímetros.
Empiezan por comunicarse contigo en puto vascuence, que la ciudad solo conocen los menos, y no domina casi nadie. Se puede cambiar el idioma, pero de tal forma que a cada paso hay que dar la orden de cambio, y es tan complicado que al final nadie lo usa. Preferimos hablar con la maldita máquina como quien habla con un indio en una película del oeste. ¡Máquina ser gilipiollas!
Después ocurre que el lector de tarjetas bancarias funciona muy mal. He llegado a la conclusión que su inutilidad está en función directa con la humedad ambiente. Una idea excelente en Bilbao. Si el día es seco, solo te dice dos o tres veces que tu tarjeta está mal. “Bailigolbila” o algo parecido es lo que dice, que manda huevos. Insistiendo lo bastante, acaba por cobrarte. En general da lo mismo que uses una tarjeta, o que pruebes con varias. Si el día es húmedo, las dos o tres veces se convierten en cinco o seis. Y si llueve, puede llegar a veinte, si tienes los cojones de insistir tanto antes de suicidarte bajo la lluvia.
Y para rematar, su política de prácticas aceptables funciona a la más española de los maneras: por el tanteo y el rumor. Por ejemplo, ¿que hay que hacer cuando te has gastado todo el tiempo (unas 2,5 horas) y el parking próximo está lleno? ¿Tiras el coche a la ría? Pues no, mediante el tanteo y el rumor llegas al conocimiento de que basta con cambiar uno de los dígitos de la matrícula; aunque sea falsa, no te ponen multa si haces eso.
Está bien. Es una vieja práctica española. Leyes incumplibles, pero cierta comprensión humanitaria de las autoridades. Resulta muy adecuado para que el gobierno de las cosas sea algo completamente arbitrario, pero lo arreglamos con el colegueo y con gracietas. Hasta que la autoridad te coja manía por pensar como no debes, o hasta que la crisis y las costumbres manirrotas de nuestros abusones provquenan una necesidad muy fuerte de dinero en las arcas públicas. Porque entonces no da tiempo a que funcione lo del rumor, y el mismo día acaba todo dios con multas.
Eso me pasó hace poco, y encima lloviendo. Y en puto vascuence, ¿quien es el guapo que se entera cómo se paga la multa in situ, para pagar solo la mitad? Una precisión: en el Campo Volantín puedes perder todo lo que le queda a la mañana si intentas buscar al pollo que gestiona la cosa.
Para rematar la historia. Me cambié de barrio y al aparcar vi el chaleco reflectante de los manejadores de las máquinas euskotón. Allí me dirigí, a pesar de comprender que mi cabreo cósmico podía dar con mis huesos en la cárcel. La suerte que tuve es que me encontré con que era una chica, y además especialmente agradable. El mejor antídoto contra la furia. Me explicó -en perfecto castellano, que sí, que les estaban metiendo caña para que multaran. Y ante mi petición de que le dijera al alcalde de mi parte que estábamos hasta los mismísimos, me largó:
-¡ Que más quisiera yo que poderle decir eso al alcalde!
¿Y la moraleja?La moraleja es que tragamos lo que nos echen, sin salir a la calle con hachas a destrozar los monstruos esukéricos. Somos imbéciles, porque además votamos al hijoputa que nos putea. Con argumentos tan peregrinos como que sí, que es un hijoputa, pero después de todo se trata de “mi partido”. O si no, se trata de otro hijoputa que quiere ponerse en el lugar del que ya está. ¿A quién si no voy a votar?
Como esto ya se está haciendo largo, la relación del MD (y de UPyD) con el asunto la contaré mañana.