¿Hablamos en serio?
¿De qué hablamos?
Hablamos de un gobierno que anuncia por el morro nuevas leyes para fumarse un puro con una tímida sentencita del Tribunal Constitucional. Sin que pase nada.
Hablamos de un gobierno que negocia con organizaciones terroristas, y les paga, y protege a sus mecanismos de cobro. Pero también intenta engañarlas, como quien engaña a un niño; sin conseguirlo. Y no pasa nada.
Hablamos de un gobierno capaz de poner al país en quiebra, y que consigue que los principales países del mundo tengan que llamarle a capítulo. Y que, como a los terroristas, intenta engañar a esos gobernantes, y a los inversores internacionales, con medidas que no tiene la menor intención de cumplir. Sigue sin pasar nada.
Hablamos de un gobierno que aplaude y anima a los gobiernitos locales cuando prohíben el uso de la lengua común de la nación.
Hablamos de un país cuyo gobierno y cuya supuesta élite cultural -que vive básicamente de subvenciones del gobierno, tienen como héroe a un juez que es el ejemplo inmejorable de todo lo que un juez no debería ser. Y esto [El Supremo apunta a que Garzón dio instrucciones para silenciar sus cobros –>] solo es una parte muy pequeña del problema. Como también es solo un parte del problema que se dedique a perseguir a los muertos que habitan los libros de historia, cuidándose muy mucho de tocar a los criminales vivos de la misma película.
Hablamos de un país donde Garmendia, que no hace nada, pero que al menos está manifiestamente preparada, es una ministra cesable. Mientras que Aído, que todo lo que hace es colocar al novio, es una ministra intocable. Y Pajin, acontecimiento planetario, una clara candidata a ministra intocable -más o menos como Pepiño Blanco.
Hablamos de un país cuya principal discusión política es si somos galgos o podencos, o si habamos swahili o arapahoe, mientras nos deslizamos alegremente hacia la quiebra. Y hacia la consecución de un estado fracasado, con gran aplauso y ayuda de terroristas y separatistas. Que a su vez son la niña bonita del gobierno. Y donde todo el mundo quiere ser asimétrico, y más listo que el vecino, como si la teta pública tuviera una capacidad infinita y sumara más de cien. Sin querer enterarse de que solo es infinita hasta que se rompe.
El plan no es necesariamente malo para un gobierno socialista. Una economía arruinada con mucha gente dependiendo de las ayudas del gobierno, lo que puede producir es muchos votantes apostando por un gobierno que prometa muchas ayudas ... gastando lo que no tiene. Y se cierra el círculo.
Y hablamos, finalmente, de un país donde no hay una oposición a todo esto. Ni se la espera.
Y queremos arreglarlo fundando partiditos. ¿Hablamos en serio? Antiguamente, quien se planteara un problema así en lo que pensaba era en una revolución, y en bombas al paso de los coches de los gobernantes. Hoy somos más civilizados, que es mucho mejor. Pero si todo lo que se nos ocurre es fundar partiditos ...