El dedo
La payasada, la política, tiene su gracia si uno mira la parte cómica. Y si uno se olvida del latrocinio masivo, claro. Me encantan las modas y cómo se copian unos a otros. Por ejemplo, cómo tras unos meses del primer gobierno de Zapatero la mitad de sus ministros hablaban con dicción atascada, con “paradiña”. De la Vogue era el caso más patético. Y ahora, algún genio de la comunicación les ha debido contar que no hay nada como levantar el dedo índice para convencer y cosechar muchos votos. Y tienes a todos los políticos del orbe entero que se enderezan el dedito por las mañanas, y no lo relajan hasta que se acuestan.
Produce imágenes enternecedoras. Aquí, el ejemplo de Merkel y Sarko.
¿Empezarán a jugar a "westerns", tal que niños con pistolas imaginarias? ¿Preferirán la esgrima? ¿O acaso harán "deditos"? El genio de la comunicación debería de explicarles qué hacer cuando no están solos en un púlpito, y los deditos erguidos se convierten en un asunto colectivo. Si no, la próxima reunión internacional, pongamos un G20, va a parecer de coña. Y no están las cosas como para tomárselas a broma.