Panorama de fin de ciclo global
Artículo de Luis Bouza-Brey del 20-12-11
ESTALLIDO DE UNA CRISIS MULTIDIMENSIONAL
Resulta sorprendente el tiempo que tardan las sociedades en percibir el agotamiento y fin de las situaciones y la emergencia de las crisis [1].Hace años que se veía el estancamiento de la UE; hace años que se veía venir el desastre zapatético; hace años que se percibía el fraude y la deslealtad de los etnonacionalismos; hace tres años que algunos venimos denunciando el fraude pseudodemocrático de la UPyD… y, sin embargo, la sociedad no reacciona, o reacciona tan lentamente que el daño producido por la crisis de las situaciones se agrava desmesuradamente, desencadenándose procesos de cambio caótico de cuyos resultados no se puede predecir la nocividad o beneficiosidad, en gran medida como consecuencia del tiempo perdido en detectar la crisis y reaccionar ante ella.Por eso hoy nos encontramos en crisis total: termina en Occidente —y por tanto en el mundo— el ciclo de neoliberalismo que sucedió a la crisis del Estado del Bienestar de finales de los años setenta y que dio origen a treinta años de políticas neoliberales, de reducción del intervencionismo económico, fomento prioritario de los beneficios de los inversores como estímulo para la economía, reducción de impuestos, desregulación, privatizaciones de empresas públicas, cuestionamiento de la Economía Política y sacralización del Mercado frente al Estado.
Estos treinta años han sido los de la globalización, la revolución de las tecnologías de la información, la difusión y popularización de internet, la automatización del trabajo, la deslocalización de las inversiones y empresas, la apertura de las fronteras a las transacciones internacionales, el incremento gigantesco del paro en el mundo occidental como consecuencia de la transformación de la industria y del proletariado industrial, el desarrollo del comercio y los servicios, la aparición de organizaciones supranacionales, los cambios ecológicos y culturales resultantes de la crisis de los equilibrios medioambientales y los valores colectivos…
Y llegamos al final de la primera década del siglo XXI con una crisis galopante de los parámetros básicos de la Humanidad:
a) Crisis moral e intelectual:
Hedonismo, relativismo y posmodernismo como interpretación amoral del mundo. Crisis de las ideologías políticas estatales y carencia de un esquema global de interpretación de la realidad.
b) Crisis de las relaciones internacionales:
Corrupción e inoperancia de las Naciones Unidas, estado de guerra y rebelión generalizada en Oriente Próximo, emergencia de nuevas grandes potencias sin acceso a canales de articulación institucional, parálisis de la construcción del ordenamiento jurídico internacional, expansión del terrorismo y eclosión del fundamentalismo islámico.
c) Crisis económicosocial de los países occidentales:
Con el desempleo, la mileurización y empobrecimiento de la clase media, el estancamiento de la creatividad, la explosión de la burbuja inmobiliaria y el desarraigo especulativo del sistema financiero, el gigantesco endeudamiento privado, de los bancos y corporaciones públicas y de los Estados, la falta de respuesta al “dumping” del “made in China” y la inmigración ilegal, el crecimiento de la anomía juvenil ante la falta de expectativas vitales, el aumento de la inseguridad y el desorden social.
d) Crisis política:
Iincapacidad política de los Estados para el gobierno de las Sociedades, degeneración y corrupción de la democracia, crisis institucional y de legitimidad del poder político, fraude consolidado de los mecanismos de participación y representación, distanciamiento o desprecio de los ciudadanos frente a las instituciones y la vida política, hundimiento de las expectativas de futuro del conjunto de la sociedad.
A esta crisis global, que constituye el contexto sobredeterminante de la última década en el mundo occidental, se suman la crisis nacional de España, desencadenada por los ocho años de desgobierno zapatético, la crisis actual de la Unión Europea, y la debacle del PSOE y la socialdemocracia occidental, a las que iremos analizando con algo más de detenimiento en las líneas que siguen, a fin de extraer conclusiones diagnósticas e hipótesis terapéuticas para la situación de derrumbe generalizado que estamos viviendo.
AGONÍA Y REFUNDACIÓN DE LA UNIÓN EUROPEA
Este es el año de la crisis del sistema monetario europeo, que se ve desestabilizado como consecuencia de la crisis internacional derivada de las hipotecas sub prime a partir del 2008 y de la reacción desigual ante la misma de los diversos países de la Unión, con los principales puntos débiles del sistema situados en Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia, cuyos desequilibrios financieros someten las necesidades de financiación de la Deuda al riesgo de impago y de propagación de la crisis de pagos a todo el sistema monetario del euro.
La Academia tiene economistas con mayores recursos analíticos que los propios para desentrañar las causas y remedios de la crisis actual, pero, con las incertidumbres derivadas de las limitaciones de un solo cerebro humano, creo conveniente apuntar un análisis global de la crisis que me parece imprescindible para entender la situación. Porque, si bien la superficie de la crisis se agita desde hace tres años, creo que las causas son anteriores y más profundas que las derivadas del riesgo de impago de la Deuda.
La causa profunda de la crisis, a mi juicio, deriva del agotamiento del modelo neoliberal de crecimiento implantado en el mundo occidental a partir de la década de los ochenta. Un modelo basado en la concepción de que la parálisis económica de los años setenta había sido producida por la sobrecarga del sistema económicosocial debida a la hipertrofia del intervencionismo, el burocratismo, el despilfarro, la corrupción y el estancamiento de la creatividad derivados del Estado de Bienestar de aquella época, cuya crisis ponía fin a cuarenta años de desarrollo en el mundo occidental, paralizándolo con la estanflación y la disfuncionalidad de las políticas anticíclicas expansivas del keynesianismo.
Por eso, el neoliberalismo propugnaba la desregularización, la reducción del intervencionismo, el equilibrio presupuestario, la negociación de salarios sin presiones sindicales, las privatizaciones, y la recuperación de un mercado liberado de las cargas sociales y los controles políticos de la época. Porque, para el neoliberalismo, la liberación del Mercado frente al Estado produciría un reajuste estructural de la economía que impulsaría el crecimiento, gracias a la introducción de mayores incentivos a la inversión y, con ello, el incremento del “efecto goteo” (“trickle down effect”) por medio del cual los incrementos de inversión, productividad y producción se difundirían hacia abajo en la escala social, creando empleo, capacidad de consumo y mejora general de las condiciones sociales de la mayoría de la población.
Pero para ello era necesario reducir impuestos y gastos públicos, liberando a las capas sociales más desfavorecidas de su enfeudamiento ante las políticas sociales de asistencia, y a los inversores de la obligación de destinar sus recursos al pago de subvenciones que fomentaban el “parasitismo” de diversos grupos sociales, en lugar de dedicar dichos recursos al crecimiento de la economía y a la creación de empleo, beneficios y bienestar general.
A nivel internacional se aplicaban los mismos criterios, reduciendo aranceles, defendiendo la apertura de los mercados, y propugnando un mercado internacional desregulado que fomentaría el intercambio entre las economías nacionales, la expansión de las empresas más innovadoras y eficaces y la instauración de la economía de mercado y la libertad de empresa en el mundo.
Durante tres décadas, estas concepciones se impusieron en la economía y la política internacional, concatenando sus efectos con la revolución tecnológica de los años ochenta, que impulsó la globalización de las tecnologías de la información y la comunicación, la automatización de los procesos productivos, la deslocalización de las inversiones y las empresas multinacionales, a la búsqueda de mercados de consumo y trabajo más amplios, y la adecuación de las políticas internacionales e internas de los Estados a este nuevo paradigma.
La consumación de estos cambios y la hegemonía del paradigma neoliberal han llevado a una sacralización del Mercado y las fuerzas económicas más poderosas, y a una profunda transformación de las sociedades occidentales y la economía internacional, ayudando a la aparición de nuevas potencias y países emergentes que han podido incorporarse al proceso, compitiendo con las economías del Primer Mundo en la lucha por la ocupación de posiciones de mercado favorables a sus intereses.
Pero junto a los indudables cambios positivos derivados del paradigma neoliberal en el crecimiento de la producción, de la productividad y creatividad, y en el desarrollo de diversos países tercermundistas, aparecen fenómenos intensamente negativos en el aspecto de la distribución del producto del trabajo y en el del descontrol de la economía para servir las necesidades humanas: el “efecto goteo” no se da siempre ni en todas partes [2]; la destrucción de empleo derivada de la automatización y deslocalización de empresas se produce a un ritmo mucho más intenso que el de su creación; la libertad total de los mercados en el ámbito internacional crea un “dumping” favorable a los países no democráticos y desfavorable para los democráticos; la inmigración ilegal destruye los equilibrios de mercado internos de las sociedades sin que sea posible su compensación mediante políticas estatales; la destrucción de empleo industrial en los países avanzados, ha sido seguida posteriormente por la destrucción de empleo en el sector comercial y de servicios, debido a la libre competencia falseada de productos internacionales en este ámbito, acrecentando el efecto negativo de la libertad absoluta de mercados y del “dumping” internacional; la circulación de capitales sin control a nivel mundial destruye la posibilidad de gobernar la economía, subordinando las necesidades sociales al único criterio dominante del interés de las grandes corporaciones transnacionales; la reducción y evasión de impuestos en los países occidentales debilitan la capacidad de los Estados para resolver los problemas de atención al desempleo y, en general, para mantener en funcionamiento el Estado de Bienestar, produciendo la necesidad de financiación mediante el recurso al mercado de Deuda y la estimulación del desequilibrio del sistema financiero; la población empleada de las sociedades occidentales se ve obligada a renunciar a las diversas ventajas sociales existentes previamente, transformándose en mileuristas subempleados mediante contratos-basura y sueldos propios del despotismo asiático; la juventud no encuentra empleo o lo encuentra inadecuado para su potencial creativo y productivo; la clase media se reduce y empobrece y con ello también la creatividad occidental, impulsando la decadencia de nuestras sociedades.
En síntesis: el neoliberalismo ha resultado ser una terapia adecuada en su momento (hace treinta años) para poner fin a la crisis del Estado de Bienestar de aquella época, pero su reduccionismo perceptivo y su enfoque constreñido del sistema social, han llevado al mundo occidental a una situación de crisis total que no encontrará solución mientras no se cambie el paradigma neoliberal, recombinando de nuevo los papeles del Mercado y el Poder Político.
La Unión Europea no puede hacer frente a su crisis actual sin organizarse federalmente mediante un gobierno que dirija la economía y las relaciones internacionales, que pueda gobernar una economía unitaria de 495 millones de habitantes, capaz de imponer condiciones favorables a sus intereses en el mercado internacional. Para ello, necesita introducir correcciones en los desequilibrios del comercio internacional y realizar transformaciones institucionales, a fin de que sus políticas sean ágiles y eficaces, aplicadas con rapidez y contundencia frente a un mercado global falseado por el “dumping” y los grupos de interés, y que fluye agitada y muy velozmente.
La Unión Europea, a estos efectos, necesita adoptar una política clara y enérgica ante las empresas transnacionales, regular las transacciones financieras globales mediante la Tasa Tobin o algún mecanismo similar; crear aranceles frente al “dumping” internacional; poner coto a la inmigración ilegal; luchar contra el fraude fiscal y los paraísos fiscales; controlar la circulación de capitales y los productos de ingeniería financiera creadores de burbujas explosivas; regular los sueldos desorbitados de los gestores del sistema financiero y obligar a empresas multinacionales y grandes fortunas a pagar impuestos proporcionados a sus beneficios, a fin de que contribuyan a solventar los problemas sociales y políticos creados por su propia actividad descontrolada y privilegiada.
LAS TRANSFORMACIONES INSTITUCIONALES DE LA UE
Las normas que regulan la estructura y funcionamiento de la Unión Europea constituyen un galimatías de difícil asimilación si no es mediante estudios largos y especializados. Por otra parte, el Tratado de Lisboa de 2009 rediseñó, medio clandestinamente, la normativa de los tratados anteriores, después del fracaso del proyecto de Constitución Europea, no ratificado por franceses y holandeses en 2005. El Tratado de Lisboa, a su vez, fue rechazado en referéndum por los irlandeses, y ratificado en un segundo referéndum posteriormente, por lo que, al fin, pudo entrar en vigor en diciembre de 2009.
Las instituciones de dirección de la Unión diseñadas en los Tratados, por otra parte, no ayudan a clarificar la estructura y funcionamiento de la UE: el Consejo Europeo, el Parlamento, el Consejo (antes Consejo de Ministros), y la Comisión, interactúan en un complicadísimo proceso en el que las decisiones se demoran, exigen la unanimidad o elevadísimas mayorías cualificadas para poder adoptarse, y encima muchas veces resultan bloqueadas por algún Estado miembro que juega permanentemente a la contra de todo avance en el proceso de Unión.
Por estas razones, las instituciones de la UE no resultan adecuadas para responder con agilidad y contundencia ante situaciones como la crisis actual, que afecta de raíz a la UE, al poner en peligro la subsistencia del euro, elemento imprescindible para el mantenimiento de la Unión.
De ahí deriva la sensación de urgencia e impotencia que se manifiesta en la última reunión del Consejo Europeo, de diciembre de este año, en la que se opta por utilizar el mecanismo de los acuerdos intergubernamentales previstos en los Tratados para la instauración de cooperaciones reforzadas, cuando los Estados de la Unión no son capaces de llegar a acuerdos unánimes en materias que exigen dicha unanimidad. Unanimidad bloqueada, en este caso, por Gran Bretaña ---que, curiosamente no está integrada en el sistema del euro---, que ha decidido no incorporarse al acuerdo del resto de miembros de la Unión para adoptar medidas dirigidas al mantenimiento de la estabilidad del euro frente a la crisis de la Deuda y el acoso de los mercados a la moneda comunitaria.
Pero esta impotencia no es sino el resultado de la parálisis de varios años de la UE, que después de la aprobación del euro debería haber avanzado en el proceso de unión económica y política, sin estancarse, como ha sucedido, durante una década.
A mi juicio, si se quiere evitar una catástrofe global consecuente al fracaso de la Unión Europea, es preciso actuar con lucidez y determinación en la fijación de objetivos estratégicos que permitan dicho avance. Y estos objetivos estratégicos deberían ser la Unión Política, mediante la instauración de un sistema de gobierno inteligible y democrático; la salida de la UE de aquellos Estados que no deseen realizar la Unión Política, y que constituyen rémoras que pueden hundir el proceso global de la UE; la determinación de un liderazgo definido en las instituciones de la UE que impulse el gobierno de la misma, sin tener que recurrir a la acción intermitente y convulsa del Consejo Europeo, cuando la situación está a punto de estallar; la modificación de raíz de los Tratados Fundacionales, que parecen hechos precisamente para bloquear el avance político de la Unión, que hoy ya es vital para la sobrevivencia de la misma; y, como escribía líneas arriba, la gobernanza de Europa mediante su unificación económica y la definición de un papel coherente para la Unión en las relaciones internacionales, en las que nuestra debilidad y confusión nos está conduciendo al suicidio.
Con las decisiones del último Consejo Europeo ante la crisis de la Deuda se abre un nuevo ciclo político en la Unión Europea, en el que ésta tendrá que sortear las enormes dificultades que sus propios Tratados y Estados miembros oponen a su sobrevivencia. Gran Bretaña, el PSF y algunos actores dispersos de diversos Estados miembros intentarán hundir el proceso. Habrá que contrarrestar esta acción.
El proceso de crisis de nuestro país lo hemos analizado largo y tendido durante los últimos años, por lo que no entraré ahora en él, aunque en días próximos, cuando continúe este trabajo, aportaré las referencias básicas de mis escritos de fechas anteriores sobre este tema.
Lo que considero un asunto esencial es el análisis de la crisis de la socialdemocracia europea y del PSOE, cuya debacle en las elecciones del 20N refleja un proceso mucho más profundo que meramente el de la crisis económica reciente.
Leyendo el trabajo que hoy les presento y mis escritos sobre la crisis general del país pueden inferirse las conclusiones que extraeré en días recientes sobre la crisis de la socialdemocracia y del PSOE.
Hasta entonces, permítanme algún tiempo más de reflexión.
[1] (Del lat. crisis, y este del gr. krisˆj); sust. f. [Nota: el plural es igualmente “crisis”].
1. Cambio considerable, para mejorar o para empeorar, en una enfermedad, o en el desarrollo de otros procesos: tendremos que esperar dos días de crisis para ver su reacción a la terapia. 2. Momento decisivo de un asunto o situación que puede tener consecuencias importantes: la crisis de 1929 produjo la quiebra de bancos y grandes empresas.
…. En el desarrollo evolutivo se dan momentos cruciales por los que pasan todos los sujetos y que exigen el abandono de determinados hábitos para desarrollar otros nuevos; este conflicto entre los hábitos antiguos con los nuevos, produce una crisis que normalmente no tiene trascendencia ya que la persona adquiere los nuevos hábitos a través de procesos de aprendizaje o maduración. Si, por el contrario, el sujeto no se encuentra preparado para afrontar el cambio, le produce un estado de malestar e inestabilidad hasta que encuentra la forma de enfrentarse a ello, esto suele ocurrir con más frecuencia en las crisis accidentales.
Las crisis accidentales son las que se producen como reacción a un hecho doloroso. Esta reacción se puede dar dentro de un marco de salud mental o afrontarse con un estado de ansiedad que roce a lo patológico.
[2] Vid. Ana Campo Sáenz, Sheila Martín Morillo, Luis Martín Rodríguez:
Crecimiento y Desigualdad
http://web.usal.es/~anisi/Modelizacion%20II/Laura/trabajos/crecimiendo%20y%20desigualdad.pdf