Maldito vascuence
A veces ocurren enganchadas en Twitter. Y la brevedad puede hacer perder los papeles, y retratarse.
Así que el izquierdista amante de la libertad te dice (1) lo que tienes que amar, (2) si tienes permiso o no de ser vasco -o lo que sea, y (3) si tienes perdón. Y además, se siente orgulloso de hacerlo, puesto que solo está agrediendo a “los malos”. Múgica no se había sentido ni orgulloso ni no orgulloso de no saber vascuence. Simplemente no le interesa y no está dispuesto a pedir perdón por ello. Pero para el angelito de izquierdas, no pedir perdón por "ser malo" es un orgullo intolerable. Por tanto, hay que castigarle y ofenderle. ¿Quién es aquí el que recuerda a un fascista, o a un nazi?También se ve que el coñazo del vascuence no es solo un problema de los vascos. No tendríamos ese problema sin un apoyo muy extendido en el resto de la población española. Cuando viví unos años en Andalucía, lo común era que a la izquierda le pareciera estupendo el atropello que sufrimos con la puta lengua. Y no creo que se tratara de una estrategia sibilina para restarnos competitividad, que es un concepto que no le pasa por la cabeza a la peña de izquierdas.
En fin, la criatura no podía dejar pasar la oportunidad de mostrarnos lo abismal de su ignorancia.
No sabe que no existe tal cosa como un “presidente inglés”, ni que Inglaterra ni siquiera tiene un parlamento. Por poner un ejemplo cercano, Tony Blair era un presidente escocés del Reino Unido (no de Inglaterra, que no tiene presidente), que no hablaba escocés. Ni en la versión gaélico, ni en la versión scots. Así que sí; para estupor del asno, es muy imaginable un presidente escocés de su nación, el Reino Unido, que ni hable escocés, ni lo estudie, ni le interese. Lo único impensable es que alguien en el Reino Unido (o para el caso también en Irlanda) no hable la lengua común de las Islas Británicas. Y resulta ser el inglés. Pero no dejemos que la realidad vaya a estropear su fantasía.Hoy nos da Santiago González un ejemplo precioso de las realidades y fantasías que vivimos con nuestras lenguas e identidades, sean estas reales o icónicas. El etarra que no puede hacer su discursito final del juicio en su “lengua propia”, como quería, porque está cansado y estresado, y ya sabemos que hablar en la “lengua propia” es cosa de mucho esfuerzo. Desgraciadamente, para explicar todo eso lo tuvo que hacer en la lengua odiada, que al parecer es la que de suyo le sale.
Y veo una perla citada en lo de S. G. que no quiero dejar de señalar, y extractar. Parece que hoy va de Múgicas. Y de maldito vascuence. Unos extractos:Otro ejemplo: Tomo en mis manos un precioso libro de arquitectura sobre el caserío vasco, una verdadera joya, editada por la Diputación Foral de Guipúzcoa. El texto está solo en euskera. Alentado por la repetida pero nunca suficientemente frustrada esperanza de encontrar algo bueno directamente compuesto en euskera, empiezo a leerlo. La sintaxis desquiciada, las ambiguedades léxicas, los errores, la rígidez y pesadez del texto, cuasi ininterpretable, no pueden engañar: esto es una traducción, además mala, y no precisamente de las intracraneales que mencionaba antes, sino de las descaradas. Al final del texto encuentro dos apéndices en letra pequeña impresa a dos columnas: Las “traducciones” española y francesa del “original” vasco. Empiezo a leer y sigo con fruición una excelente redacción castellana: acabo de dar con el original. Y apunto en mi libreta de cabreos un nuevo caso de camelo funcionarial cometido a costa de la calidad de una obra. No me voy a cansar en buscar más casos: todo el mundo sabe que este tipo de pamemas son frecuentísimas.
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Pero me interesa no abandonar el hilo de estos “mundos del euskera”. Hay un rasgo suyo, muy importante, y que está a la vista de todo el mundo, pero que no encuentro reseñado en ninguna parte: estos euskaldunes urbanos practicantes, y militantes, viven casi sin excepción de vender euskera. Insisto en que me refiero solo a los medios urbanos castellanoparlantes del país, que son los que conozco bien. Aquí, el grueso de la gente que usa el euskera con asiduidad, que ejerce su vascofonía, trabaja en una actividad cuya tarea principal, cuya razón de ser, es utilizar y hacer utilizar la lengua: irakasles, andereños, técnicos de euskera, traductores, periodistas, locutores… etc. No es que hablar euskera en nuestras ciudades sea solo un oficio, pero me atrevería a decir que va siendo fundamentalmente un oficio y cada vez más un oficio. Es cierto que, fuera de los núcleos de profesionales, existe cierta población euskaldun, inmigrante, que habla su idioma de forma amateur, sin cobrar, ya que su contribución a la sociedad es de naturaleza más tangible. Pero estos son pocos, y sobre todo no tienen ningún peso: el tinglado no está montado por ellos ni para ellos. Está montado cada vez más para los otros: para una especie de élites subvencionadas que se venden euskera a sí mismas. Lo cual no les impide declararse a troche y moche perseguidas, marginadas, acosadas e incluso acorraladas, por decirlo en términos muy queridos por la paranoia ambiente.
El “mundo del euskera” cobra por mover la lengua y moverla en ese idioma. Entender este hecho ayuda a ver más claro en ciertas actitudes estridentes que se prodigan mucho: ayuda, por ejemplo, a deslindar, en la eterna reclamación de más dinero para el euskera, qué hay de reivindicación laboral encubierta, y qué de desinteresada reclamación de justicia, que también la hay. En este entorno, más dinero para el euskera significa de forma muy directa e inmediata más dinero para mí y mis amigos; las ideas y los intereses coinciden, situación siempre peligrosa (en un tiempo era algo que se le reprochaba mucho a la burguesía), y que puede despertar serias dudas sobre la honradez de un movimiento. Al escéptico, un oído interior le traduce las soflamas justicieras al uso a términos más humanos.
Esta profesionalización depende casi enteramente, cómo no, de la Administración, bien directamente (funcionarios), bien vía subvenciones. Precisando más, es el sistema educativo el que absorbe a casi todos estos euskaldunes de nómina. El esfuerzo administrativo de recuperación del idioma, en efecto, se centra en la población escolar, no por casualidad: la enseñanza siempre es el escenario preferido del reformador social, debido a una preciadísima característica de los escolares y estudiantes: no pueden salir corriendo cuando asoma el reformador, como tienen por costumbre los adultos. Esta preciadísima característica suya los deja a merced de cualquier experimento sin que haya que pedirles permiso.
No voy a hablar de la efectividad de la enseñanza para resucitar el euskera donde ya no se habla o implantarlo donde nunca se ha hablado . El tema es vidrioso y tentador pero me apartaría demasiado de mi camino. Sí quiero, en cambio, hacer unas observaciones, que me pillan de paso, sobre la dependencia entre la cultura en euskera y el sistema educativo. Algunos párrafos atrás decía que la clientela de la cultura vasca era un pequeño subsector de los vascoparlantes nacionalistas. Me refería entonces, naturalmente, al mundo por así decirlo civil. Olvidaba mencionar el verdadero balón de oxígeno que mantiene viva a la kultura en todas sus manifestaciones: la escuela en euskera. A la vista de la indefinida huelga de interés de la sociedad en general, la kultura vasca ha evitado el desastre nuevamente refugiándose en terreno protegido y especializándose en el mejor de los consumidores: el forzoso.
Por ejemplo: hace unos meses el Egunkaria reseña que se ha fundado una organización, de fondos ampliamente públicos, supongo, para introducir y difundir en las escuelas e institutos cine doblado al euskera. “En las salas comerciales” – comentaba, audaz y rompedor, el periodista euskaldun – “va poca gente”. Y es cierto: voluntariamente y pagando casi nadie va nunca a ver una película en euskera, salvo algunos incautos que nunca perdemos la esperanza de cambiar de opinión. ¿Qué hacer? ¿Constatar que nadie necesita nada de todo esto y resignarse? No les hable usted de resignación a los vascos, raza celebradamente emprendedora (si todo lo que tienen de emprendedores lo tuvieran de creadores no les sería necesario andarse con estas ortopedias): Hay en principio dos soluciones: primera: ya que el sector voluntario muestra esa reprobable desafección, hay que buscar un sector de población suficientemente grande al que no haya que pedirle permiso para sentarle a ver un espectáculo en euskera. Esto, en una sociedad democrática, solo puede conseguirse con menores de edad. Aquí es donde han conseguido sobrevivir tanto el cine como el teatro en euskera.
Voy a acabar, porque las dimensiones de este escrito escapan ya a cualquier estándar y porque se me agota el venero de irritación que me movía. Pero me gustaría recapitular la esencia de estas reflexiones.
Vengo a decir dos cosas, y parece mentira que me haya costado tanto decirlas: primero que la cultura vasca es mala. Incluso muy mala. Salvo excepciones, es una cultura pueblerina y sin interés, que no puede bastar para la formación de nadie. Esto, en sí mismo, no constituye ninguna crítica: por diversas razones es lógico y previsible que sea así. Lo que no es tan normal y sí merece crítica, es intentar presentarla, como se hace constantemente, como un equivalente o incluso posible sustituto de la cultura mayoritaria del país, con vocación de ser algún día su cultura única; esto en mi opinión es peligroso e irresponsable, sobre todo teniendo en cuenta que las víctimas de la “homologación” van a ser los jóvenes. El día en que estos dejen de educarse en culturas “extranjeras”, por seguir usando jerga paranoica, y las sustituyan por la “propia” (y esto, no me cabe duda, es lo que muchos pretenden e incluso ya van consiguiendo), habremos dado un gran paso en el descerebramiento del país, cosa que no puede sino preocupar a alguien con un poco de conciencia.
Claro que el descerebramiento conecta bien, la verdad sea dicha, con el espíritu de los tiempos: en la regresión a la barbarie parece que los vascos vamos bien situados. No es que nos hayamos movido nosotros de la cola a la cabeza de la tensión histórica; nosotros, lo sabe todo el mundo, no nos movemos nunca. Es la tendencia la que se ha invertido y en esa vuelta atrás nos ha pillado a nosotros donde siempre: en nuestro amado primitivismo, convertido súbitamente en primor de modernidad, como esos estratos vetustos que un oportuno plegamiento desentierra y deja por encima de materiales mucho más recientes. No hay como tener paciencia para que algo vuelva a ponerse de moda.
En segundo lugar, he querido poner de manifiesto el muy bajo nivel de realidad, tanto social como personal, de este tinglado: la cultura vasca consiste en gran parte en un continuo, y desesperante, “hacer como si”, con la esperanza, me imagino, de que algun día haya un punto de inflexión y la cosa eche a andar. Por ahora el motor rueda mayormente en vacío por mucho que los pasajeros pongan aplicadamente cara de velocidad. Esto, curiosamente, no es exactamente algo que se ignore. Al contrario, parece estar en la mente de todo el mundo, aunque rara vez se diga, y menos públicamente. La idea subyacente parece ser la de resistir, disimular, que algo exista, aunque sea un simulacro, que a través de la noche un hilo de luz -gure asaben lokarri zaharra- una el último crepúsculo con el próximo amanecer. Pero ¿verdaderamente se puede llamar a esto existir? En esta cuestión más que en ninguna, esse est percipi, el objeto no existe fuera del acto de percepción. Estas cosas solo existen en la medida en que tienen una penetración social. Pero no la tienen. Es terriblemente sintomático que cuando por la naturaleza del medio esa penetración no puede maquillarse ni simularse sea generalmente cercana a cero y el medio decaiga hasta casi desaparecer . Una parte considerable de la cultura vasca, me temo, no tiene otra forma de existencia que la que le confiere el figurar en las estadísticas; las mismas estadísticas con las que el funcionario o criptofuncionario de turno, inasequible al desaliento, nos demuestra que en esto del vasco todo va que chuta, en gran parte, por supuesto, gracias a él.
Recomiendo el libelo entero. 20 páginas: