EL REBAÑO
Acaba de salir a la calle el nuevo libro de Jano García: El Rebaño, Cómo occidente ha sucumbido a la tiranía ideológica. Esa que vendrá nuestro Carmelo Encinas para contarnos que no existe, que todo es la natural evolución de la sociedad y que el problema es que hay mucho facha paranoico suelto. Pero como algunos somos algo mas críticos y nos gustan menos los pesebres, encontramos mucho sentido en opinones como las que expone Jano en su libro. Echémosle una ojeada;
EL REBAÑO
Jano García.
En el mundo actual la libertad de expresión cada vez se ve más restringida a causa de la aprobación de leyes que condenan a individuos que expresan una opinión contraria a lo establecido. Bajo el concepto de “delito de odio”, vemos como la intolerancia a escuchar ideas, independientemente de que nos gusten o nos repugnen, es perseguida hasta extremos propios del medievo. Ante esto, deberíamos establecer varias preguntas. ¿Quién establece lo que es un delito de odio? ¿Quién dicta lo que es verdad o es mentira?...
…Los límites a la libertad de expresión actualmente se ven fijados por varias capillas que eclosionaron en los años sesenta. Nos encontramos ante todo tipo de “istmos” y nuevas religiones que buscan un objetivo particular y actúan como verdaderos activistas. Con una influencia enorme inflada a través de los medios de comunicación y amparadas en el poder político que la utiliza para atraer a la masa ignorante que quita y pone gobiernos a través de los sentimientos y la acusación constante al disidente, se censura y arroja a la hoguera a que no comulga como ellos. No importa que sean de derecha o de izquierda. Incluso los personajes públicos o políticos de izquierdas son los que más sufren el acoso al ser considerados traidores a la nueva causa, disuadiendo de esta forma a los nuevos izquierdistas que no se ven reflejados en los nuevos mantras que promueven los partidos tradicionales y nuevos de izquierda. En el fondo, este comportamiento no deja de ser el de una secta, pero con un agravante. Con las nuevas sectas no sólo son sus miembros los que tienen que sufrir su estulticia, sino que esta es exportada e impuesta a toda la sociedad. Y en ese camino es donde el poder político sale en ayuda de ideas que no son consideradas como un verdadero problema para la población y que sólo a través de la sobreactuación y la sobrerrepresentación mediática se venden como un verdadero problema que debe de contar con el apoyo del estado. Ahí es donde tiene lugar la creación de leyes liberticidas que nos afectan a todos sea cual sea nuestra ideología. Y de nuevo, volvemos a enfrentarnos a la pregunta clave,:¿Quién determina lo que es un delito de odio?
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De cómo el Estado se ha convertido en un semidiós para Occidente.
Un semidiós el cual debe velar por los ciudadanos y al que se le atribuyen poderes absolutos para regular nuestra vida en pro del” interés general”.
El Estado ha ido inmiscuyéndose en la sociedad dejando atrás la competitividad propia de las relaciones espontáneas y voluntarias para dar paso a la dependencia del mismo a través de políticas sociales. El rebaño se encuentra a merced de los pastores, que no dudan retorcer la ley para acabar con los contrapesos democráticos en busca de un Estado omnipresente que regula nuestras vidas. La alogocracia a través del estado se ha arrogado el derecho a educar (con una ideología propia), intervenir la información que puede recibir cada ciudadano, establecer que se puede decir y que no, reescribir la historia bajo intereses políticos, indicar cual es la conducta correcta, prostituir las instituciones públicas para usarlas como una herramienta más de propaganda política, reducir la independencia judicial a través del acoso mediático cuando no modificando la ley, otorgar subvenciones a las empresas afines y blindar oligopolios bajo prácticas corruptas, prohibir partidos políticos, destrozar la competencia fiscal entre países, comprar a través de ayudas estatales los votos de los ciudadanos, etc.
En definitiva, el estado del bienestar ha sido sustituido por el Estado total que, en el marco de una ingeniería social que sigue intereses de unos cuantos burócratas y grandes capitales, elimina la evolución natural de las sociedades para someterlas a cambios drásticos propios de regímenes totalitarios.
El rebaño, cap. los cimientos de la alogocracia, págs. 71, 72.