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La sociedad del espectáculo también tiene sus jueces

Carlos Martínez Gorriarán, en su blog.

La sociedad del espectáculo también tiene sus jueces

La noticia del día es otra: el juez Garzón se niega a llamar a declarar a Arnaldo porque las declaraciones del muchacho tras el atentado de Barajas no formaban parte de un acto público de Batasuna. Garzón nos recuerda además, por si lo habíamos olvidado, que la muchachada alegre y combativa tiene sus derechos civiles intactos: no se les puede inculpar por pertenecer a la “izquierda abertzale”, advierte, y añade: decir que toda la “izquierda abertzale” es ETA es una simplificación (conocida, por cierto, como “doctrina Garzón” en medios jurídicos).

Es lo que tiene ser juez estrella: uno se debe a su público, y además conviene ir ampliándolo con nuevas franjas de audiencia. Una vez satisfechas las víctimas del nacionalismo con la ilegalización de Batasuna, y encantada la izquierda internacional con el procesamiento a Pinochet, nuestro juez más celebrado parece disponerse a recibir aplausos de otras partes de la andanada. Ya lo dijo Guy Debord: vivimos en la sociedad del espectáculo. Sería iluso no darse cuenta de que la producción y consumo de famosos son quizás la principal fuerza económica del presente. Tampoco resultaría muy sorprendente, tal como van las cosas, que un partido propusiera sustituir el Parlamento por Aquí hay Tomate y Gran Hermano, y de resultas ganara las elecciones.

Pero no nos distraigamos. Además del rasgo de ingenio autoirónico demostrado por Baltasar Garzón al parodiarse a sí mismo, descuella de su dictamen una curiosa teoría pragmática. A saber: cuando A habla como portavoz de B, no se debe considerar ni que hay un acto de B, ni que A representa a B en un acto público. Porque cualquiera puede comprobar que Arnaldo, en su rueda de prensa tras el atentado, se refirió varias veces a Batasuna, además de al ente difuso llamado “izquierda abertzale” (extrema derecha con aro en la oreja y forro polar, en invierno, o camiseta de diseño en verano). Con lo que el buen Garzón, que tanto hemos admirado, nos pone en la siguiente tesitura: hablar en nombre de una organización ilegal no significa, necesariamente, cometer el delito de hablar en nombre de una organización ilegal. ¿Por qué no?: misterio interesantísimo que un día de estos quizás descienda a revelarnos.

A mi me preocupa un efecto posible de la extensión de esta nueva doctrina Garzón: que si, pongamos por caso, llega un terrorista de ETA y le pega un tiro a alguien o pone una bomba en algún sitio, podría quizás alegarse en su defensa que:

  • el hombre disparó sin la intención de matar (“no es algo personal”, como hubiera dicho el Padrino), sino sólo para expresar algún estado de ánimo.

  • el hombre no mató en nombre de ETA, pues la eventual pertenencia del sujeto a esa organización no debe considerarse como una prueba de que actúe bajo sus órdenes o en su representación; eso sería una simpleza que ignoraría el libre albedrío del homicida.

N quizás habría no sólo que derogar la Ley de Partidos, sino también eliminar los supuestos de pertenencia a banda armada y delito terrorista.

Lo sorprendente es que Garzón ya no repare en que los derechos civiles de Otegi están mucho más intactos que los de los representantes constitucionalistas en el País Vasco, por ejemplo, que persigue y amenaza a día de hoy el conlgomerado en cuyo nombre habla por los codos, cuando quiere y como quiere. Sus derechos no sólo están intactos, sino más bulliciosos y libérrimos que los de nadie.

Como para pedir la cuenta y largarse.


  • floriaem 2007-01-31 11:21:48
    Hay quien se mete, con razón, con el reltivismo moral. Creo que estamos asistiendo a un fenómeno relacionado y, desde mi punto de vista, uán peor: un relativismo que pudiéramos llamar "ontológico". Ya no es que lo bueno o lo malo dependa del punto de vista, sino que la propia realidad está sujeta a interpretación. No hay nada objetivo. Esta tendencia lleva mucho tiempo larvada en la respetabilísima especulación filosófica. Lo malo es que se está infiltrando en el mundo práctico a gran velocidad. Y con consecuencias que, en algunos campos, como la actividad judicial, pueden ser demoledoras.